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Alberto Míguez

¿Pretexto o provocación?

La suspensión o aplazamiento de la visita a Madrid del ministro marroquí de Exteriores no constituye sorpresa alguna. Pocos esperaban que de la reunión saliera algo positivo para encaminar unas relaciones deterioradas, de modo que estamos donde estamos: ni Marruecos tiene voluntad de normalizar la situación ni en España hay voluntad política para enfrentar el deterioro actual con una estrategia global, sin improvisaciones, cesiones o mensajes ambiguos. José María Aznar ha preferido dejar el problema marroquí en manos de funcionarios incompetentes o timoratos. Así nos luce el pelo.

Convendría sin embargo que alguien aclarara algo sobre el supuesto incidente del helicóptero sobrevolando (es la versión española) o posándose (versión marroquí) en la isla Perejil hace unas horas porque el problema es más profundo y de más enjundia que el pretexto esgrimido por Marruecos para cancelar el encuentro Benaisa-Palacio. Si algo prueba el último incidente o lo que sea, es que los mecanismos establecidos hace dos meses entre los dos gobiernos con la amable –y “desinteresada”– mediación de Estados Unidos son defectuosos o simplemente no funcionan.

Madrid desmiente o disminuye la importancia de lo denunciado por Rabat sin aclarar muy bien si el sobrevuelo del enclave se ajustaba o no al acuerdo firmado y que preveía un sistema de comunicación previo e incluso la colaboración en la lucha contra el narcotráfico y la emigración clandestina que utilizaba en el pasado (¿no lo hace ya ahora?) el islote y sus alrededores para sus actividades. Ahora bien, ¿esta colaboración existe, como deseaba la ministra Palacio, o es simplemente un sueño de verano? Convendría aclararlo. Otra pregunta: ¿cuál es exactamente la posición española sobre el islote? ¿Se considera de soberanía española? ¿Es acaso tierra de nadie o un territorio sin dueño? ¿Acepta Madrid la soberanía o el control marroquí sobre el promontorio? ¿La rechaza? Preguntas por ahora sin respuesta.

La situación de las relaciones hispano-marroquíes es, como diría Groucho Marx, “desesperada pero no grave”. Lo era antes del conflicto de Perejil y sigue siéndolo ahora. El Gobierno marroquí ha insistido en el mismo método utilizado cuando retiró a su embajador en Madrid pronto hará un año: se inventa un agravio improbable para tomar inmediatamente decisiones irreversibles. Es decir, rompe la baraja antes siquiera de iniciar el juego. España debería prever estos métodos para evitar sorpresas, pero también actuar en consecuencia. La ministra Palacio, por su parte, debería ser algo más comedida cuando se pronuncia sobre las diferencias existentes entre los dos países. Tiene la mala costumbre de utilizar un lenguaje amable y estereotipado para ocultar realidades que no lo son. Y de vez en cuando comete errores incomprensibles como, por ejemplo, cuando se le ocurrió declarar que España compartía con Marruecos las responsabilidades de la emigración clandestina que a diario sale de las costas del país vecino.

Ahora la pelota está en el campo marroquí y poco puede y debe hacer España para enderezar la situación . Es urgente esperar.

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