No es preciso ser un experto en diplomacia o en política internacional para darse cuenta de que nuestro vecino del sur, lejos de albergar la más mínima intención de normalizar las relaciones bilaterales, reanudándolas allí donde el capricho de Mohamed VI las truncó –alentado por la irresponsabilidad de Manuel Chaves, que montó el esperpento progre del “referéndum” sahariano retransmitido por su televisión–, se ha embarcado en una campaña de provocaciones e intoxicaciones que tiene por objeto principal obligarnos a claudicar en la cuestión del referéndum del Sahara y, de paso, buscar posibles grietas en la voluntad de España de defender su dignidad y su territorio. Patrañas inverosímiles como la de que el rey Simeón de Bulgaria habría mediado entre el rey Juan Carlos y Hassan II para llegar a la cosoberanía hispano-marroquí de Ceuta y Melilla, o la de que Don Juan Carlos prometió en 1979 a Hassan II la ”devolución” de esas dos ciudades en el momento en que Gibraltar retornara a España, han sido publicadas en diarios y revistas árabes editadas en Europa con el objeto de sembrar la duda acerca de la españolidad de las ciudades autónomas, que las autoridades marroquíes no tienen empacho en calificar de “territorios ocupados”.
Lo anterior, en un país respetable, ya sería motivo suficiente para plantear la ruptura total de relaciones diplomáticas y la suspensión de toda colaboración intergubernamental en materia económica, y especialmente en materia de defensa. Si a ello unimos la serie constante de desplantes y humillaciones con las que Benaissa ha obsequiado a España en la persona de nuestra ministra de Exteriores, Ana Palacio, no sólo sobran los motivos, sino que urge frenar y contrarrestar la celeridad con que Mohamed VI está perdiendo el respeto a nuestro país, por las consecuencias futuras que ello pudiera acarrear. El monarca feudal marroquí nos ha tomado el pulso y, salvo la enérgica intervención del Ejército en el desalojo de Perejil –seguida de la inexplicable e incoherente retirada hacia el claudicante statu quo ante, bajo los auspicios del “notario” Colin Powell, que tiene “protocolos” más importantes que resolver– nos lo ha encontrado débil. Por ello, se permite el lujo de ningunearnos con excusas peregrinas y mentiras fabricadas –como la del helicóptero que aterrizó en Perejil o la del “avión de la armada”, que al final resultó ser una avioneta fletada por Tele 5 para un reportaje sobre Perejil– para no acudir al “partido de vuelta” en Madrid.
Este último desplante de Benaissa, unido a la humillación del “partido de ida” en Marruecos –Palacio fue recibida como una súbdita que pide audiencia–, tendría que haber hecho recapacitar a la ministra –y también al Gobierno– sobre lo estéril y contraproducente de empeñarse en entablar un diálogo amistoso con quien nos profesa un franco desprecio –ocasionado por la pusilanimidad de nuestro Gobierno– y una abierta hostilidad. La ministra, confundiendo una vez más la esfera internacional con las relaciones personales entre gentes educadas y civilizadas, ha recurrido al refranero para decir que “dos no regañan si uno no quiere”, y el Gobierno se ha explayado en desmentir que el helicóptero –que vigilaba movimientos sospechosos de una zodiac de la armada marroquí en Perejil– hubiera aterrizado en un peñasco del que, antes de la “facilitación” de Powell, se consideraba de plena soberanía española.
Es de sabios evitar las trifulcas que provocaciones sin sustancia ni fuerza real que las respalden podrían ocasionar. Pero cuando el provocador abandona el terreno de las bravatas para internarse en el de la agresión de obra, palabra y actitud, los gestos conciliadores provocan su desprecio y alientan su agresividad, máxime cuando se trata de un régimen autocrático que no tiene que rendir cuentas ante la ciudadanía. Es en ese momento cuando es necesario “regañar” para evitar males mayores... aunque la ministra y el Gobierno “no quieran”.

Hay que querer...

En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal