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Alberto Míguez

Prudencia y continencia

El mensaje enviado por el Sultán de Marruecos al Rey de España está provocando barahúnda y euforia un tanto prematuras en el Gobierno español y en la oposición. Los socialistas es que no que no caben en sí de gozo: se derriten.

Las relaciones hispano-marroquíes parecen haber entrado por arte de birlobirloque en una etapa gloriosa y amistosa, “histórica” que diría el inolvidable Josep Piqué, especialista en oropeles y simulaciones. Eso al menos creen quienes todo lo fían en la prosa espesa y protocolaria de rigor entre las familias reinantes. Prudencia, aconsejó Aznar nada más leer la misiva real. Aznar tiene, con toda razón, la mosca marroquí detrás de la oreja y no se fía un pelo de las zalemas y reverencias procedentes de la Corte de Rabat. Perro escaldado...

Es de esperar que ahora socialistas y “sociolistos” inicien, por inspiración de Felipe González, una nueva campaña de reproches y consejas al Gobierno según el acreditado método del bombero pirómano que representa a la perfección el presidente de la autonomía andaluza, Manuel Chaves: primero se provoca la cólera de Marruecos convocando una referéndum sobre la independencia del Sahara y después se acusa al Gobierno español de no cuidar las relaciones con Mohamed VI.

Los buenos deseos del Sultán con respecto a España no son más que eso, deseos. Pero entre la realidad y el deseo suele haber, en ciertas geografías, matices y distancias siderales de modo que lo más sensato en este caso es contener la euforia y esperar. Después de los desplantes, injurias e intemperancias marroquíes desde la crisis de Perejil es urgente esperar y ver qué pasa. Todo lo demás son ganas de marear la perdiz o inclinar la cerviz.

En España

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