Una señora que asistía a misa el domingo pasado, porque aún hay señoras que van a misa en París los domingos por la mañana, se sintió mal y se desmayó. Como es parienta de mi mujer, conozco su edad: 76 años, pero actuales, o sea, que aparenta unos 56. De todas formas, se desmayó y los feligreses se apresuraron a socorrerla y alguien llamó a los bomberos, una de las pocas instituciones que aún funcionan en Francia Habiéndose recuperado, la señora pidió que la acompañaran a su casa: “No, Madame, sería imprudente, la llevamos al hospital para que la examinen”, dictaminaron los bomberos. Llegaron, pues, al hospital a las doce del mediodía y permaneció acostada en una camilla y en un pasillo hasta las 7 y media de la tarde. No estaba sola, el pasillo estaba lleno de camillas con enfermos o accidentados, esperando a Godot. Esto ocurría en el hospital más reciente y más moderno de París –capital del mundo, para los franceses–, el Georges Pompidou.
Los gobiernos socialistas siguiendo los pasos de Atila, han cerrado varios hospitales en París –y centenares en Francia–, pero construido este gigantesco hospital, que apenas inaugurado se puso a matar. No, como los otros, debido a la propagación de todo tipo de virus, sino debido a esa extraña epidemia que circula por las tuberías del aire acondicionado y que en Francia, antes, se llamaba “la enfermedad del legionario” –y yo, claro, pensaba en sífilis, gonorreas o cosas semejantes– y que ahora se llama algo así como “legionelosis”, y que puede ser mortal. Esta anécdota, sólo para subrayar que, si la clase política se muestra orgullosa de sus servicios públicos y especialmente de su sistema de sanidad (“el mejor del mundo”), en su joya de la modernidad, el novísimo Georges Pompidou, ocurren estas barbaridades: epidemias mortales y esperas de más de siete horas en pasillos.
Es cierto que era domingo, y los domingos, aplicando las 35 horas, los médicos están en las Islas Caimán, cazando avestruces o blanqueando dinero, porque también cobran “en negro”. Si observamos uno tras otro los tan cacareados servicios públicos, constatamos que entre la propaganda, asimismo pública, y la realidad, distan abismos. Otro ejemplo: la quiebra permanente de la Seguridad Social y de las pensiones. En realidad hay dos sistemas de pensiones, uno para el sector público, otro para el privado, y resulta que una vez más, como ocurría con el PS en el gobierno, el sector privado va a tener que subvencionar al público este año, pese a las indudables ventajas que tienen los funcionarios, en cuanto a pensiones, y el resto, o mejor dicho, precisamente por ello.
Fijémonos EDF, flor y nata de los servicios públicos, monopolio estatal en Francia, defendido con uñas y dientes, y empresa privada, bastante pirata, en España, Italia, Alemania, etc. Pues resulta que se nos da como explicación a esta reciente oscuridad de tantos barrios, que ya noté y todo el mundo constata, un misterioso y vertiginoso aumento de los electrodomésticos en los hogares de la capital. Ridícula mentira, desde que es alcalde Delanoë no han aumentado dichos enseres en tal proporción que la potente EDF no pueda, de pronto, dar abasto. Se trata sencillamente de miserables ahorros que la Alcaldía realiza, para costear sus gigantescos despilfarros seudo lúdicos. Pero no critiquemos al pobre Delanoë, que sigue en el hospital, aunque cabe preguntarse qué es lo más peligroso para él, si el hospital, o la puñalada traicionera que recibió.

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