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Turquía: ¿adiós a Kemal?

La independencia de Grecia, y la llegada de franceses e ingleses a Egipto, territorios que habían sido dominados por los turcos marcó, a principios del siglo XIX, el principio del ocaso del imperio otomano, que coincidió con el inicio de lo que los historiadores llaman la Edad Contemporánea, la era de la Ilustración y la Revolución Industrial. Mientras el poder y la influencia civilizadora de los occidentales crecían en todos los aspectos, los turcos se replegaron sobre sí mismos, incapaces de revitalizar un imperio anacrónico basado en el islam y en el poder absoluto de la Sublime Puerta.

La I Guerra Mundial fue el golpe de gracia que acabó definitivamente con un imperio varias veces centenario, que entre los siglos XV y XVIII fue una amenaza constante para la Europa oriental y mediterránea. Abrumados por la derrota, y conscientes de que su factor principal había sido la superioridad de la cultura, la ciencia y la técnica occidentales, los elementos más ilustrados de Turquía, liderados por un brillante oficial del ejército, Mustafá Kemal, emprendieron la occidentalización forzada de lo que la Paz de Versalles les permitió conservar de un imperio que comprendía todo lo que hoy engloba Oriente Medio. Kemal, apodado Ataturk (padre de los turcos), fundó la Turquía moderna introduciendo los usos e instituciones occidentales en todos los aspectos de la vida social. Desde la legislación, pasando por la escritura y la vestimenta, en las que se adoptaron los caracteres latinos y las prendas occidentales, y en el marco de un estado estrictamente laico, Kemal logró frenar, y en cierto modo revertir, la decadencia moral y cultural que padecían los territorios de cultura islámica, hasta tal punto que se ha llegado a considerar a Turquía, no sin cierta razón, como un país europeo y occidental más, firme candidato al ingreso en la Unión Europea.

En tal calidad, Turquía ha sido uno de los aliados más fieles de occidente en la Guerra Fría en el seno de la OTAN, mientras que sus ex colonias flirteaban con los soviéticos. La posición estratégica de Turquía, entre Oriente y Occidente, y con la llave del Mar Negro, fue de vital importancia para detener la marea soviética. El empuje del integrismo islámico y sus secuelas terroristas ha sustituido al terror rojo, convirtiéndose en la nueva amenazaba del siglo XIX. Y la alianza de Turquía ante este nuevo peligro es tan necesaria para el mundo occidental como lo fue para frenar a la URSS, habida cuenta de que Turquía está rodeada de estados y territorios inestables y belicosos (Irak, Siria, kurdistán), algunos ya fanatizados por el integrismo islámico, como Irán y Chechenia, y otros donde éste constituye una amenaza permanente, como Egipto.

Por ello, que Turquía, un país de más de sesenta millones de habitantes, miembro de la OTAN y candidato al ingreso en la UE, caiga bajo la órbita del integrismo islámico es altamente preocupante y probablemente interrumpiría de forma abrupta el lento pero positivo proceso que inició Kemal. Aunque es cierto que los integristas no son mayoría en Turquía y ya han colaborado en anteriores gobiernos de coalición, en las elecciones del pasado domingo obtuvieron el 34% de los sufragios (poco más de la tercera parte), no es menos cierto que el draconiano sistema electoral turco (sólo alcanzan representación parlamentaria los partidos que obtengan un 10% de los votos), ideado para excluir a las minorías incómodas (como la de los kurdos), permitirá a los integristas gozar de una amplia mayoría absoluta en el parlamento Turco.

La figura de Kemal y lo que ella representa, sigue siendo extremadamente popular en Turquía, pues no en vano, todos los billetes de banco llevan impresa su efigie. Por ello, no es probable que los integristas se atrevan a aplicar su programa máximo. Sin embargo, el fracaso relativo de la occidentalización en lo que se refiere a niveles de desarrollo (Turquía, con ser uno de los países de tradición islámica más desarrollados, apenas alcanza los 3.000 dólares de renta per cápita, mientras Grecia, su vecino occidental y el país más pobre de la Unión Europea, supera los 10.000) ha dado argumentos a los partidarios de volver a las antiguas costumbres que, supuestamente, hicieron grande y poderosa a Turquía y al islam.

Es preciso tener en cuenta que el único país donde el islam retrocedió definitivamente fue España, y el proceso duró casi ocho siglos. Sólo han pasado ochenta años desde que Kemal emprendiera el camino de la occidentalización para Turquía, y el mundo occidental –especialmente el europeo–, por desgracia está dominado por la moda multiculturalista que hace almoneda de los principios sobre los que se asienta la civilización más próspera que ha conocido la historia. No es extraño que los ‘alumnos’ se desanimen en el camino de la virtud cuando ven a sus maestros cometer todo género de calaveradas.

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