Nada, que no me puedo mover del teclado. Me voy un par de días de puente, y a la vuelta me encuentro con el lío de Alaska. La cantante, quiero decir. Para quien no esté en el ajo, les comento. Resulta que Alaska no entiende por qué se cobran veinte euros por un CD si su precio de coste es de tres, y además piensa que el problema de la piratería va más allá de una campaña policial contra el top manta. Ni cortos ni perezosos, la Asociación Nacional de Empresas Distribuidoras de Discos, ANEDI, le saca tarjeta roja y decreta la retirada de los discos de Alaska de los estantes.
Como a estas alturas ya me conocen, seguro que esperaban una filípica envenenada contra las mafias –las del top manta no, las otras– pero me lo he pensado mejor. El motivo es que mi amigo Giuseppe Salvatore está en mi ciudad. Resulta que Granada es el primer ayuntamiento que firma un convenio con la SGAE para perseguir la piratería musical; por lo visto mi alcalde es tan ceporro que no sabe cómo dirigir a sus policías, y tienen que venir a explicárselo de fuera. Y como cada vez que Salvatore ronda por aquí comienzan a ocurrirme accidentes inexplicados, he decidido pedirle que me cuente su lado de la historia, a ver si así cambia mi suerte. Digamos que, como columnista concienzudo, exploro los dos lados de la historia, y si cuela, cuela.
El caso es que, como de costumbre, los demagogos de siempre han aprovechado para armar la marimorena arrimando el ascua a su sardina y perjudicando en el proceso al honrado empresario discográfico. Según me han informado, existe una campaña, sí, pero promovida por sectores afines al gobierno. Al parecer, oyeron rumores de que Alaska iba a participar en el pasado Hackmeeting de Madrid, donde iba a animar a los asistentes a pensar por su cuenta, a explorar caminos no transitados y a recuperar el espíritu de la Bruja Avería en el movimiento hacker del siglo XXI. Y eso de que se cuestione la verdad oficial sobre el estado de la Sociedad de la Información no sentó nada bien. Lo mismo reponen “la bola de cristal” y los niños acaban desenseñando a desaprender las cosas. Y entonces, ya me dirán de qué comen los organizadores de esas campañas de alfabetización digital.
En cuanto a la retirada de los discos de Alaska de las tiendas, todo parece haber sido fruto de una inocente confusión. Los discos llegan a las tiendas en cajas rotuladas como “discos de Olvido” (el nombre auténtico de Alaska es Olvido Gara). Y claro, alguien se confundió y creyó que eran objetos perdidos o algo así. Cuando se apercibieron del error, el “olvido” fue subsanado, pero mientras los críticos han hecho su agosto.
Así que, como ven, la explicación es sencilla e inocente. Nada de oscuros intereses presionando a una cantante para que siguiese la consigna oficial de la industria. Son infundados los rumores de que el último single de Alaska, titulado “SGAE, porca miseria” haya sido censurado. Y tampoco es cierto que todo sea un montaje de los organizadores del SIMO, una pantalla de humo para distraer al Comando Tarifa Plana y evitar que vuelvan a montar el espectáculo este año.
Sí puedo desvelarles un secreto: hay una verdadera campaña a punto de lanzarse, pero no contra Alaska, sino contra Joaquín Sabina. El motivo es aquella canción que escribió hace tiempo y que decía “pero si me dan a elegir / entre todas las vidas yo escojo / la del pirata cojo con pata de palo / con parche en el ojo / con cara de malo ...” Esa forma de señalar ha levantado ampollas, y lo peor es que no quiere colaborar. Se ha negado en redondo a reversionar la canción para que escogiese la vida de un honrado gestor de derechos audiovisuales, en guerra permanente contra el terrible top manta. Respeto tu decisión, Joaquín, pero que sepas que te la estás jugando. En estos tiempos del estás conmigo o contra mí, con ciertas cosas es mejor no tontear. Malos tiempos para salir de calle melancolía.

Alaska y los piratas
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