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El ejemplo de Francisco Vázquez

Las cinco veces consecutivas que los coruñeses han elegido a Francisco Vázquez como alcalde de su ciudad, así como la circunstancia de que también ha renovado su escaño de diputado o senador por su circunscripción en todas las elecciones generales celebradas desde 1977, le han permitido al alcalde de La Coruña gozar de una autoridad e independencia de criterio poco comunes dentro del PSOE, donde a muchos –como Redondo Terreros– la defensa abierta de sus convicciones les ha costado su carrera política.

La dimisión de Vázquez de la secretaría general del PSG-PSOE en 1982, –al rechazarse su propuesta de concentrar la capitalidad gallega en La Coruña–, la negativa a votar con su partido, en 1998, a favor del cuarto supuesto de la Ley del Aborto o sus duras críticas a los pactos con Izquierda Unida en las anteriores elecciones municipales y con el BNG en las municipales –por las que a punto estuvo de afrontar un expediente disciplinario–, así como su actitud crítica ante la imposición del topónimo A Coruña para su ciudad, son buenos ejemplos de esa autonomía de criterio.

Enemigo del histerismo nacionalista, Francisco Vázquez ha mantenido siempre una postura clara a favor de la legalidad constitucional, de la unidad de España y de la reivindicación de su historia y su entidad como nación con todas sus consecuencias, frente a las falsificaciones de los nacionalistas, cuya dictadura cultural a través de los libros de texto, como muy bien observa Vázquez, "puede ser tan grave que llegue incluso a alterar la convivencia y la paz de los españoles".

Partidario de la candidatura de José Bono –otro firme detractor de los flirteos con el nacionalismo– para la secretaría general del PSOE –que ganó Zapatero por muy poco gracias al apoyo del PSC de Maragall–, no ha dudado en demostrar en diversas ocasiones su oposición al nacionalismo respaldando sin vacilaciones a Redondo Terreros en todo momento, invitando a Odón Elorza a replantearse su permanencia en el partido y advirtiendo en repetidas ocasiones de la perniciosa influencia que el “federalismo asimétrico” de Maragall, está ejerciendo en Zapatero.

El jueves, en la conferencia “La España definida”, pronunciada en el Club Siglo XXI, el alcalde de La Coruña tuvo ocasión de reafirmarse en sus convicciones. Defendió la unidad de España y la aplicación de las Leyes, aludiendo al artículo 151 de la Constitución, que prevé la suspensión de los estatutos de autonomía “ante situaciones extremas de desobediencia y rebeldía” como la que está protagonizando Ibarretxe. Denunció la falsificación de la Historia de España en las aulas del País Vasco y afirmó que el “único titular de la soberanía es el conjunto del pueblo español”. No ahorró tampoco críticas para el Acuerdo de Estella o la Declaración de Barcelona, señalando de paso la escasa representatividad electoral de las opciones nacionalistas y la inanidad de la política de concesiones a los nacionalistas, quienes han conseguido que la política nacional desde la transición gire siempre en torno a sus reivindicaciones “en un contencioso permanentemente abierto” para lograr “una secesión de España a plazos”.

En el panorama político español actual se encuentran muy pocas voces tan claras y contundentes en la defensa de la legalidad constitucional y de la idea de España como la del alcalde de La Coruña, y puede decirse sin temor a exagerar que entre los dirigentes del PSOE –y algunos de los del PP, como Piqué– es probablemente el único que tiene las ideas completamente claras en este sentido. Sin duda muchísimo más de lo que las pueda tener un Zapatero abducido por González y seducido por Maragall, que se muestra absolutamente incapaz de conseguir que un voto al PSOE en el País Vasco o en Cataluña tenga un significado similar al emitido en La Coruña o en Castilla-La Mancha.

La voz de Vázquez es una seria llamada de atención a los actuales líderes del PSOE, que están convirtiendo al partido nacional más antiguo de España en una especie de confederación de partidos nacionalistas-socialistas cuyo único vínculo en común parece ser aupar al débil Zapatero a la Moncloa para después poner en marcha con menos obstáculos la siguiente fase de la descomposición de España. Es una lástima que el secretario general del PSOE no tome ejemplo del éxito de Vázquez en La Coruña –cuyas ideas y planteamientos políticos comparten sin duda la inmensa mayoría de los votantes socialistas y muchos desengañados del centrorreformismo– en lugar de dedicarse a venerar cadáveres políticos como González, a desenterrar los muertos de la guerra civil para arañar los votos del odio y del rencor o a escuchar a quienes en su partido intentan equipararse a los nacionalistas en la obsesión por “superar” el marco constitucional que garantiza las libertades y la convivencia pacífica.

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