Nada más conocer la sentencia de la Audiencia Nacional que le condena a tres años y medio de prisión, Jesús Gil ha insistido de nuevo en la "politización" de su caso y la persecución a la que se ve sometido desde hace diez años. El caso es que, tanto él como su hijo Miguel Ángel y el vicepresidente Cerezo, recurrirán ahora al Tribunal Supremo hasta agotar todas las vías legales a que tienen derecho. El problema, tal y como yo lo veo, no es la condena para los Gil o el batacazo que haya podido darse en este caso la fiscalía, sino que el club Atlético de Madrid carece de un mecanismo de defensa de sus propios gestores, un "anti virus" como el que tienen todos los ordenadores del mundo.
Si de algo habla la sentencia de la Audiencia Nacional es, sobre todo, de que, siendo consecuente, la familia Gil debería apartarse definitivamente de la dirección del club. Y en eso soy ciertamente pesimista. Cuando Gil habla de "politización" y "persecución", no se da cuenta (o sí) de que él somete a las mismas al equipo al que asegura llevar dentro del corazón. Desde hace diez años el Atlético de Madrid está relacionado con la estafa, la prisión o, en el plano estrictamente deportivo, el descenso de categoría. Nada bueno, en cualquier caso. Si ahora los Gil continuaran resistiendo tras el rapapolvo de la Audiencia (toda condena lo es), como si el estadio Vicente Calderón fuera El Álamo, quedarían ya pocas dudas de la utilización del club como escudo protector de una familia en concreto.
¿Cuantas veces más tendrán que ver los seguidores atléticos a su presidente en los juzgados? No creo que sea un plato de gusto para un hombre que ya tiene setenta años, ni digo que no se defienda. Tampoco que haya una estampida, sino que su salida del club se produzca de una forma controlada dejando paso a nuevos gestores, con ideas nuevas y sin tanta querencia a los tribunales de justicia. ¿Cómo se defiende el Atlético de Madrid de Jesús Gil? ¿A qué Tribunal Supremo puede recurrir? Porque lo que no puede hacer es convertir la politización a la que está sometido (la suya) y la persecución que está sufriendo (la suya) en politización y persecución para el club. Y eso es lo que ha estado pasando hasta ahora.
No es que Gil haya perdido el control este 14 de febrero, sino que el equipo lleva sin una dirección firme desde mucho tiempo atrás. Él podrá agotar todos los mecanismos de defensa posibles, pero asimilando, de una vez por todas, que una cosa es Gil y otra bien distinta el Atlético de Madrid.

El final de la era Gil
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