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Germán Yanke

Otamendi e Ibarretxe

A Marcelo Otamendi (Martxelo, dice él en un idioma raro, que no es vascuence) le conozco hace tiempo. Es un tipo con aire sumiso y evasivo y yo creía que lo que le pasaba era que no acertaba a mostrarse como realmente es. Soy un inocente. Lo curioso es que fue el PNV el que me puso sobre la pista cuando denunció que Egunkaria era parte del entramado batasuno-etarra, es decir, que Otamendi, más que desacertado en las formas, realmente no quería mostrarse como es y ahora hemos certificado judicialmente. Que el PNV quiera ampararle, a él y a su periódico, es, más que una paradoja, una prueba: es ya larga la tradición de colaboración del partido fundado por Sabino Arana y del Gobierno que sostiene con ese entramado que antes, ante la galería, repudiaba.

Lo que sigue siendo es sumiso y, tras su detención, no ha hecho otra cosa que obedecer a sus jefes sin una pizca de imaginación, aunque con todo el cinismo que acompaña el totalitarismo etarra. Como manda el manual, suma a su absurda e indignante denuncia de torturas la petición a Ibarretxe de que la Policía Autonómica le proteja, cuando sea menester, de la Guardia Civil. Lo que pide, aunque lo haga con esos trazos burdos de cómic fascista, es lo que quieren e intentan con las armas del terrorismo sus colegas: subvertir el orden constitucional, acabar con el Estado de Derecho e imponer su dictadura acabando con los instrumentos que garantizan las libertades y los derechos de los ciudadanos.

Habrá quien crea todavía que estamos hablando, en el asunto Egunkaria, de periodismo. El inocente soy yo, quienes sigan haciéndolo son patanes o malintencionados. Otamendi ha demostrado que no es sino un desgraciado agente de la dictadura etarra y, como sabe el juez Del Olmo, el custodio, en Egunkaria, de sus operaciones financieras. Está tan en el ajo terrorista que, sumiso y evasivo, sabe a quién acudir, como si siguiese leyendo el manual del terrorista: al amigo, a Ibarretxe, el que les financiaba, el que no quiere quitarles el poder, el que les defiende, el que les jalea, el que les protege. El tristemente famoso Otegi, detenido en Francia, tenía un manojo de llaves de pisos para ayudar a terroristas. A Otamendi, al parecer, le basta con el teléfono de Ajuria Enea.

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