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El concierto-mitin

Cuando las fuerzas de la Coalición cercan ya Bagdad y la caída del régimen de Sadam es probablemente cuestión de días, parar la guerra no tiene mucho sentido. Sobre todo cuando existe el siniestro precedente de la I guerra del Golfo: Sadam aprovechó la retirada de las tropas aliadas tras la liberación de Kuwait para encarcelar, torturar y masacrar a centenares de miles de opositores después del levantamiento de 1991 iniciado por los chiítas en el sur y los kurdos en el norte y extendido después a casi todo el país, el cual fracasó porque EEUU y Gran Bretaña se mantuvieron al margen en estricto cumplimiento del mandato de Naciones Unidas, que sólo autorizaba a liberar Kuwait.

Si bien es cierto que la guerra ha causado aproximadamente 900 víctimas civiles –muchas de ellas, probablemente, escudos humanos que Sadam obligó a permanecer en los aledaños de los objetivos militares; pero, en todo caso, una cifra extraordinariamente exigua después de 19 días de guerra y de los bombardeos más intensos que se han visto desde la II guerra mundial–, no es menos cierto que la persistencia del régimen provocaría a corto plazo muchas más víctimas inocentes –bien por hambre o bien por represión– de las que pueda todavía provocar esta guerra... aunque, para entonces, y al igual que en 1991, los reporteros y cámaras de televisión occidentales ya no estarían en Irak para contarlo.

Por ello, puede decirse que hoy, con mayor motivo aún que hace dos semanas, exigir el fin inmediato de la guerra implica apoyar indirectamente a Sadam Husein, uno de los peores dictadores criminales que ha visto el siglo XX, para que siga cometiendo crímenes contra la humanidad. Sin embargo, las protestas, las manifestaciones y los saraos contra la guerra –alentados, organizados y manipulados por la extrema izquierda internacional, aliada de cuantos criminales nauseabundos pululen por el mundo con tal de que se declaren enemigos de EEUU– siguen sucediéndose. Como el concierto de ayer domingo en Madrid, organizado por la Plataforma “Cultura contra la Guerra”, donde unas 15.000 personas (medio millón según los organizadores) disfrutaron, entre banderas comunistas, republicanas e iraquíes, de las soflamas de cantantes, artistas, escritores, rectores de universidad y hasta jueces; todos ellos muy comprometidos.

Aunque, a juzgar por sus declaraciones sobre el escenario, su “compromiso” prioritario no es precisamente con la causa de la libertad, el orden internacional y los derechos humanos. Ni siquiera con el fin inmediato de la guerra –algo que saben imposible y que, además, no está en manos del Gobierno–, sino con el fin inmediato del gobierno del PP. El popular showman Javier Gurruchaga recordó a la audiencia que “en mayo hay elecciones municipales” y el juez –en esta ocasión “ciudadano”– Garzón, que tan meritoria labor está desarrollando en defensa del Estado de Derecho, afirmó que fijar las líneas de la política internacional no le corresponde al Gobierno: “el rumbo lo marca el pueblo”, sentenció, como si en una democracia el Gobierno no fuera precisamente la expresión de la voluntad popular. Y añadió que “nadie nos va a callar porque la revolución de la paz ha comenzado”, cuando a los únicos a quienes se les impide hablar –con coacciones, insultos y agresiones– es a los cargos y candidatos del PP.

Zapatero, que también acudió al concierto, sólo se acordó de reivindicar la idea de España –con permiso de Maragall y Elorza– para señalar que lo que une a todos los que se oponen a la guerra es su condición de españoles, que tienen “una causa y una idea de cuál tiene que ser el comportamiento de España en las relaciones internacionales”. Es decir, que todos pueden votar en contra de la guerra votando en contra del PP. Aunque Llamazares, responsable último de la campaña de agresiones contra sedes y candidatos del PP y socio de Zapatero en la oposición de patada en la rodilla, lo dijo aún más claro: los ciudadanos, que “tienen corazón y cerebro, van a votar con el corazón y el cerebro y van a reprobar al partido de la guerra”.

Ni qué decir tiene que al PSOE, a IU y a “Cultura contra la Guerra”, así como a Baltasar Garzón y al rector de la UAM, David Gabilondo, les asiste el derecho a convocar cuantos mítines-concierto o conciertos-mitin crean convenientes para defender sus tesis y sus posiciones políticas. Otra cosa muy distinta es que, a falta de programas de gobierno y de argumentos sólidos contra la guerra, la manipulación del deseo de paz de la mayoría de los españoles, el excitar la violencia de la extrema izquierda, el emplear las víctimas no deseadas de los bombardeos como arma arrojadiza contra el PP y como excusa para insultar y agredir a sus cargos y militantes, sean métodos legítimos y aceptables desde el punto de vista de la ética y la responsabilidad política.

No sería del todo extraño que quienes emplean estos métodos vean con preocupación un prematuro –para sus intereses– final de la guerra, antes de que empiece la campaña electoral de las próximas elecciones municipales.



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