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Alberto Míguez

¿Por qué siempre mueren los mismos?

Pese a que en los últimos cincuenta años los avances en sismología han sido espectaculares, los científicos son todavía incapaces de vaticinar o prever con relativa exactitud cuándo y dónde se van a producir los terremotos. Cuando eso se logre (y muchos sismólogos se dedican a este tipo de estudios) se habrá avanzado considerablemente en la previsión de catástrofes.

Hay, desde luego, “zonas de riesgo” donde las probabilidades de una sacudida son mayores y los países que se hallan en esas zonas hacen todo lo posible para adaptar sus infraestructuras a esta amenaza, especialmente las viviendas donde se produce el mayor número de víctimas. Japón, Estados Unidos, Chile y otros países con alto porcentaje de riesgo exigen a los constructores que las viviendas posean mecanismos antisísimicos para evitar una catástrofe como la que acaba de producirse en Turquía, un país como su vecino Irán, situado en plena zona de riesgos.

Pero hay otros países —pienso en Honduras, Nicaragua, México, Filipinas, y, por supuesto, Turquía— donde las instalaciones antisísmicas brillan por su ausencia simple y llanamente porque las autoridades hacen la vista gorda gracias a las generosas dádivas de los constructores. O porque las viviendas son tan precarias e improvisadas que sus habitantes no soñaron siquiera en asegurarlas ante un fenómeno que se repite periódicamente. Todo el mundo lo sabe pero nadie hace nada para acabar con esta situación. Esto se produce sobre todo en aquellos Estados donde la tasa de corrupción pública o privada es muy alta.

Todo esto explica seguramente por qué cuando tiembla la tierra en Japón las víctimas sean escasas pero cuando lo hace en Honduras, los muertos se multipliquen por diez incluso si el grado de intensidad en la escala de Richter es el mismo. Cuando se producen estas tragedias se pone en marcha la solidaridad internacional, afluyen de todo el mundo las ayudas, se reconstruye lo que fue arrasado o se dejan las ruinas como están: es el caso de Managua, la capital de Nicaragua.

Lo sucedido hace unas horas en Turquía tiene las características de lo “dejá vu” (ya visto) y se repetirán las reacciones: ayuda internacional, reproches a las autoridades por no dotar a las viviendas de sistemas antisísmicos, reconstrucción precaria de los destruido y... hasta la próxima.

La pregunta que se hacen muchos a nivel planetario es por qué en algunos países los muertos son numerosos y en otros, muy contados. Y la respuesta es fácil de dar. El responsable principal de la tragedia no es el terremoto. Hay que buscar en otro lado y seguro que se encontrarán los culpables que tienen nombre y apellido.

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