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Luis Aguilar León

Un nivel de la tragedia

El nivel de sufrimiento suele ser intransferible. De ahí que, conociendo la circunstancia cubana de hoy, pienso que ni Dante, maestro en cerrar esperanzas y fustigar el pasado, pudiera describir las agonías físicas y espirituales bajo las cuales transita la mayoría de los cubanos, desde hace más de cuarenta años.

La sinfonía patética comenzó en una isla tropical llena de música y risas, rodeada de bellos mares y habitada por un pueblo que trabajaba bien y se esforzaba por superar las torpezas de una política salpicada por la corrupción. De 1940 a 1952 pareció que los senderos democráticos se aferraban al suelo y mejoraban el futuro. Luego vino un golpe de estado, y un dictador sin mensaje, más corrompido que duro. Una victoriosa lucha ''revolucionaria'' contra ese dictador llevó al poder a otro tipo de líder cuyo mensaje venía envuelto en promesas de libertad democrática.

Conmovido y frenético, el pueblo vociferó todo su apoyo; rápidamente el líder controló a todo el pueblo. Con un toque de imaginación, podemos visualizar las históricas imágenes que proyectaban ambos dictadores. El primero hubiera sido como ''Alí Babá y sus 40 ladrones'', más inclinado a enriquecerse que a matar. Tuvo a su enemigo en prisión y lo dejó partir. El segundo, quien había sido perdonado, no perdona nunca y actúa con la suprema autoridad de Alá.

Bajo esas condiciones, todo se fue distorsionando en Cuba. De ahí que, concentrando la atención en el tema de emigración y exilio, podemos medir el toque brutal a que ha sido sometido el pueblo cubano. En 1959, en una isla donde la emigración era minoritaria, miles de cubanos se lanzaron sobre aviones y barcos y abandonaron sus tierras rumbo al norte; otros fueron expulsados y algunos conocieron las prisiones y el paredón.

A pesar de ese dolor inesperado, casi todos los cubanos estaban convencidos de que iban a volver pronto a Cuba. Se hicieron esfuerzos patrióticos y, además, la vida en Miami se mostraba grata, había trabajos alcanzables y los americanos nos habían recibido muy bien.

Mas el endurecimiento de la política de Castro cambió la faz de la situación. La economía de la isla decaía, la represión aumentaba y los cubanos veían cómo se alejaban las puertas del retorno. La creciente diáspora ahondaba más la trágica situación de los cubanos. Después de la caída de la Unión Soviética y el siguiente desplome de la economía, Castro endureció aún más las reglas sobre aquéllos que querían abandonar la isla. Se dibujaba el trágico escenario que se imponía sobre un pueblo sin salida ni esperanza.

La primera característica de la situación contemporánea es el convencimiento colectivo de que a Fidel Castro no lo derriba nadie. La represión es muy fuerte, no existen grupos armados y, conociendo la realidad, los disidentes proclaman sus intenciones pacíficas. Para el pueblo inconforme, para los que viven casi sin alimentos, con hospitales turbios y salarios de hambre, sólo hay dos caminos a seguir: escapar como sea o languidecer dentro del ámbito cubano, y esperar a que el líder lance su último balbuceante suspiro.

Un nuevo factor inesperado añadió su peso al drama. Muchos grupos americanos y sectores gubernamentales comenzaron a dar muestras de simpatía por Fidel Castro y mencionaban medidas que se deberían tomar para olvidar las tensiones de la ''guerra fría''. La retórica seguía siendo anticastrista, pero no se tomaban medidas que pudieran forzar a Castro a transigir con la oposición. No, lo más común es enfatizar los ''logros'' de la revolución y las ventajas de superar la era de ''la guerra fría''. Pasmados se quedaban muchos de ellos cuando aprendían que Castro los rechazaba y que prefería mantener su imagen “antiimperialista''.

Aun el presidente Bush, héroe de muchos cubanos, no parece nada interesado en atender a las voces cubanas que le sugieren medidas positivas no para combatir a Castro, sino para reducir su influencia y ayudar al pueblo cubano. Dentro de esa actitud de pasividad frente a Castro, resulta más injusto y negativo que se hayan tomado medidas que ayudan a Castro.

Analizar esta situación requeriría mucho tiempo. Pero puedo ofrecer una imagen del dolor cubano que me llegó al alma. Bien sé que casi todos los días nos muestran escenas de balseros que llegan exhaustos a las costas de Florida, dejando detrás a individuos o grupos que no lograron superar las olas. Los que arriban son usualmente arrestados, curados y devueltos al infierno que los odia. Pero ese día iba a recibir una más dolorosa y permanente visión. Una noche fui a visitar una sala con una o dos personas que habían venido como yo a ver a una señora. Estaba allí casi tan blanca y bella como una estatua de mármol. Como abismado, un niño pequeño la contemplaba en silencio. Ella tenía 21 años. Se había hundido en una barquichuela con cinco personas. El niño era su hijo.

Luis Aguilar León es historiador y periodista cubano.

© AIPE

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