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Alberto Míguez

De mal en peor

Sinceramente nadie esperaba que Alejandro Toledo cumpliese con sus múltiples y entusiastas promesas de cambiar ese Perú posible del que se convirtió en heraldo y arquitecto. La herencia recibida del dúo Fujimori-Montesinos era indigerible para cualquier político salvo que fuese un taumaturgo y un genio político indescriptible. Toledo contaba con el apoyo de una parte de la ciudadanía que parecía dispuesta a sacrificarse por un futuro improbable. Pero todo tiene sus límites y el desencanto es hoy de rigor en Perú. Toledo debía apechar también con una clase política maleada y malevolente, corrupta y escéptica, una oposición dirigida por el expresidente Alan García, un pájaro de cuenta y una opinión pública nostálgica,pese a todo, del fujimorismo.

Todo esto lo sabían mejor que nadie Toledo y su sabihonda esposa cuando llegaron al Palacio de Pizarro hace algunos años. Pero las cosas han ido mucho peor de lo que temían los más pesimistas. Las esperanzas despertadas por este político singular se han ido diluyendo y la ciudadanía tiene pocas esperanzas de que aquellas promesas logren algún día concretarse. Funcionarios, maestros, campesinos, policías, militares y civiles no ocultan ahora ya su malhumor ante el rumbo incierto del país y las negras perspectivas que tanto social como económicamente les esperan. La huelga es su único recurso por ahora.

Hay quienes temen que la rebelión e incluso la violencia vengan después. Y que el infernal círculo de represión-reacción-represión degenere en una situación incontrolable. El “estado de emergencia” declarado hace unas horas para acabar con la huelga de maestros demuestra que el gobierno cuenta apenas con instrumentos excepcionales para controlar las protestas civiles. Es un verdadero salto cualitativo emparentado con la conocida técnica de matar mosquitos a cañonazos. Y anuncia tiempos probablemente peores.

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