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¿Le habrá picado a la izquierda la mosca tsé-tsé, que era tan famosa en mi infancia y quizá siga volando por ahí? Hace un año, Bernard Kouchner, ministro de Sanidad del gobierno de Jospin, trataba de explicar el descalabro electoral que acababa de sufrir la “izquierda plural” francesa, de la que él formaba parte, en un artículo que titulaba: “La izquierda tiene que volver a hacer soñar”. Y en él decía: “El papel de la izquierda es hacer un discurso que haga soñar a la gente”. Hace unos días, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, aportaba a una “cumbre del progresismo” celebrada en Londres, un artículo, publicado como el de Kouchner, en El Mundo, bajo el título: “Se puede gobernar sin renunciar a los sueños”.

Una mosca sí que le ha picado a la izquierda, y es la que inocula la crisis de identidad. Hace veinte años y pico, desde la caída del Muro, que padece de ese mal en fase aguda, y después de unas pocas sesiones de psicoanálisis, unos amagos de enmienda y un largo período de negar la enfermedad, se diría que le ha dado por la evasión pura y dura: soñar. Lo cual no es, en la izquierda, una novedad, sino una regresión. Pues lo que nos están diciendo Kouchner y da Silva es: Volvamos a la utopía, pongámosla de nuevo como horizonte deseable. Lo que nos dicen es que la gran meta de la política debe situarse en lo irrealizable. Y al plantarla ahí, en el terreno de los sueños, de lo imposible, se blindan contra los fracasos que puedan sobrevenirles.

Tambien se evitan, una vez más, afrontar con rigor los que ya sufrieron. Pues lo que nos quieren decir los dos cuentacuentos es que los planes redentores de la izquierda tradicional fracasaron, pero que no por ello estaban tan equivocados. Sienten, como tantos otros, la nostalgia de la utopía. Reconocen que es imposible, o casi, crear esa sociedad maravillosamente igualitaria y liberadora, pero, ay, qué bien se vivía creyendo que podía realizarse; sigamos, pues, con la ilusión, que no pasa factura, o eso parece. Y en lugar de diseccionar la utopía, la embalsaman y gozan contemplándola.

La novedad estriba en el reconocimiento del fracaso de la utopía socialista que va implícito en el uso de la palabra “sueño”. La utopía pisa en el vacío, pero pisa fuerte. El sueño va de puntillas sobre nubes algodonosas. Y así el discurso se les vuelve ñoño, con un toque de cuento de hadas y de cuento de Hollywood, que haría rechinar los dientes de Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot: de todos los que se empeñaron en hacer realidad “el sueño”, y lo hicieron. Como la izquierda no es capaz de revisar ese mito suyo de la maldad radical del sistema capitalista, pero no se ha inventado una alternativa que no sea la consabida e impresentable utopía, tiene que servirnos el cocido entre los vapores irracionales y mágicos del sueño. Aunque más que un cocido, es papilla para bebés: el sueño infantiliza mucho.

Si se va a la tajada de las propuestas de “Lula” y de la “cumbre” londinense, lo que se encuentra son obviedades. Y un hueso viejo: el estado. El énfasis en el estado sigue siendo el “hecho diferencial” de la izquierda, y en él, o mejor dicho, en el estado bajo su poder, sigue cifrando las esperanzas de realizar sus “sueños”. No en la sociedad, no en la gente, sino en el estado, que ellos presentan como el domador que debe mantener a raya a la fiera del capitalismo. En el estado, que tan poco pie da a la ensoñación, acaban pues los sueños de nuestros “progresistas”. ¿Por qué no se renovarán bebiendo un poco de las fuentes liberales?

Y si, como decía Kouchner, el papel de la izquierda es hacer soñar a la gente, ¿por qué no se dedicarán al arte, a la literatura, al cine, al cómic, al espectáculo? Que escriban ciencia-ficción, novela rosa, de aventuras, qué sé yo, que nos deslumbren con su fantasía en libros, escenarios, pantallas, museos. Pero que dejen la política a gentes realistas que no hagan las cuentas de la lechera ni tengan sueños por todos y para todos, que los sueños colectivos acaban en tenebrosas pesadillas. Y que no sueñen por mí, que para soñar ya me basto y hasta me sobro yo, que soñar es lo más fácil del mundo y lo difícil, y lo interesante, es estar despierto.

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