A menudo, en la vida política se confunden estos dos adjetivos. “Partidario” es lo referente a un partido, especialmente al que lo sigue fielmente. Pero esa fidelidad puede exagerarse de tal manera que predominen groseramente los intereses del partido en cuestión sobre el interés general. En ese caso diríamos que se pasa al “partidismo”, una degeneración de la democracia. Entonces se dice “partidista” al que apoya el partidismo, más bien de forma ostentosa. La distinción es clara, de índole moral. Sin embargo, en la práctica los dos términos se usan como intercambiables, lo que supone una notable confusión. Es más, se suelen cruzar los significados, de tal manera que hay políticos que dicen “partidario” cuando quieren significar “partidista” y a la inversa. Llegamos así a un pequeño caos. Se quejarán luego los políticos de la desafección de muchos de sus electores. Antes de entrar en otras consideraciones morales, lo primero es restituir el pleno valor de las palabras. ¿Tanto cuesta emplear la lógica del lenguaje, que es la del sentido común? Húyase sobre todo del pretendido carácter intercambiable de algunas palabras. Es raro que haya dos voces que quieran decir exactamente lo mismo.

Partidista y partidario

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