Esta mañana del miércoles 27, abriendo mis persianas a una hora decente, burguesa, admiro el cielo azul, sin una nube, la frescura del alba. Son las diez y me digo, otra vez, que es el más maravilloso verano que he conocido en París, y habré conocido al menos sesenta. Comparando la realidad, bueno, mi realidad, con el escándalo político-mediático en torno a la “canícula”, que habrá durado cuatro días, me vienen todo tipo de pensamientos, si no filosóficos, al menos pesimistas, y todo el mundo sabe que el pesimismo es una corriente fundamental de la filosofía. ¿Cómo es posible que yo sea el único en celebrar públicamente este verano excepcional que, desde mayo, sitúa el termómetro en torno a los 28º, y cuando llueve –menos que de costumbre, es cierto– llueve de noche, y resulta como una ducha ciudadana, y a la mañana siguiente brilla el sol y sopla una ligera brisa y la ciudad se parece a una bella dama que sale del cuarto de baño, secándose la cabellera?
Algo así como el paraíso terrenal, desde un punto de vista climático, y, sin embargo, todo el mundo se queja, y hay crisis gubernamentales, o casi, y parece como si se tabalearan las instituciones de la República, y se nombran comisiones, y se anuncian nuevas subvenciones, y la oposición exige una planificación socialista del clima, cuando tenemos un verano ideal, que nada tiene de socialista, y menos mal. También nos anuncian que hay más de 10.000 muertos debido a la canícula. No me lo creo. Lo que si me creo, en cambio, es que hay demasiados pobres en un país rico como éste, que hay ancianos solitarios y miserables, que mueren en agosto, como mueren en enero, cuando hace frío, que mueren porque a los 85 años les ha tocado la hora y, en ciertos casos, porque consideran que no tiene sentido seguir viviendo una vida tan aburrida, miserable y solitaria, y entonces se dejan morir. El problema es humano, algunos dirían social (¿cómo trata esta sociedad a sus ancianos cuando son pobres?), pero no climático, y aún menos político. En un sentido partidista, al menos.
Lo que sí es político, en cambio, es la invitación oficial del Ministro de la Agricultura y del Ministro de Comercio Exterior al preso libre, José Bové, para que vaya a incordiar, incendiar coches, lanzar quesos podridos y demás lindezas, a Cancún, durante la reunión en la cumbre de la OMC. No pienso que sean necesarias más pruebas del doble juego de este agitador profesional, a la vez líder carismático de la izquierda y agente, cada vez menos secreto, de Chirac. O sea que en Francia, todo (o casi) es moneda falsa: un verano delicioso se convierte en canícula de pesadilla, y los líderes de izquierda son de derechas. Pero, bueno, eso también ocurre en España.

Un verano delicioso
En Internacional
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