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Víctor Gago

Rajoy, buena noticia para CC

La designación de Mariano Rajoy como candidato del PP a la Presidencia del Gobierno en las Generales de 2004 es una buena, magnífica noticia para Coalición Canaria (CC). La ambición insularista de dominar sin interferencias la región y afianzarse como único consultor de la política de Estado sobre el archipiélago, a pesar de representar sólo a un 30 por ciento del electorado local y un insignificante 0,2 del nacional, recibe una promesa de comprensión, incluso de aliento, en la decisión de Aznar de entregar el testigo a quien más y mejor ha tratado a los nacionalistas canarios desde las esferas del partido y del Gobierno.

CC está en su peor momento de popularidad y disciplina interna, desde su irrupción en 1993. La pérdida de los bastiones capitalinos y económicos más importantes el pasado 25 de mayo ha roto la coalición en dos facciones intratables entre sí. Una está liderada por el ex presidente Román Rodríguez, que actúa por despecho de su exclusión del Gobierno, frente a la otra, encabezada por José Carlos Mauricio y Paulino Rivero, decididos a hacer de CC una franquicia local del PP, siguiendo el modelo de Unión del Pueblo Navarro. Un odio siciliano inflama ambos clanes. Permaneció latente mientras hubo predios de poder suficientes para contentar a todos, y ahora ha estallado en una vulgar reyerta de navajeros, aireada en un serial público tan pródigo en grosería, inanidad y casquería mental como lo de Marbella, aunque ciertamente menos célebre.

Este es el panorama que tiene ante sí Rajoy para gestionar la alianza del PP con los nacionalistas canarios. Presenta dos opciones estratégicas claras. Una consiste en fomentar la autonomía del PP canario respecto de CC, otorgar el protagonismo a José Manuel Soria, presidente de los populares isleños, en la consulta de la política de Estado sobre la región, acelerar la ruptura interna de la federación insularista aislando a sus líderes más radicales, y acentuar su debilitamiento ante la campaña de las próximas Generales, con el fin de que CC no alcance los cuatro escaños necesarios para la formación de grupo parlamentario y, por consiguiente, pierda su inflacionaria influencia en la política nacional. La opción opuesta es reforzar a CC en su papel como socio e interlocutor del PP, mantener su fachada de grupo regionalista moderado y constructivo pese a su desmoronamiento interno y, por qué no, integrar a CC y CiU en un eventual próximo Gobierno del PP, ofreciendo la cuota ministerial canaria al antiguo delfín del Partido Comunista José Carlos Mauricio.

La primera opción conduce a un cambio de hegemonía en el Archipiélago y a la presidencia autonómica para el PP en 2007, una quimera cuando Soria recogió en 1999 el testigo de un partido que José Miguel Bravo de Laguna dejó sin perfil político y resignado a ser una minoría satélite de CC. La segunda opción concede a CC el privilegio de la restauración, le entrega Canarias como se pondría una finca en manos de un capataz y defrauda a los 200.000 electores que votaron a Soria y al PP (sólo 15.000 menos que los que lo hicieron a CC, y 50.000 más que los del PSC) porque entendieron que representa una política de región más española, más atlántica y con más libertad para el progreso; un proyecto radicalmente distinto al del nacionalismo.

¿Qué estrategia en el archipiélago cabe esperar de Rajoy, para su partido y su eventual Gobierno? El caso bien puede representar un ensayo de las implicaciones de la actitud “dialogante” que todos le reconocen (incluidos El País y la SER: ¡Algo habrá hecho!)

Paulino Rivero, presidente de CC, ha saludado con entusiasmo la designación del hasta ahora vicepresidente primero, lo cual da una pista bastante elocuente. Es difícil imaginar a alguien más aliviado por la decisión de Aznar que Rivero. La experiencia indica que Rajoy ha sido un salvavidas para CC, y apunta que puede volver a serlo también en la peor crisis de la coalición. Ha estado en la firma de casi todos los acuerdos firmados por insularistas y populares desde 1995. Ha sido, al igual que Rato, un confidente comprensivo en las horas bajas del ciclotímico Mauricio, y ha puesto su hombro para que Bravo de Laguna, cuya amistad cultiva en esporádicas visitas privadas a Gran Canaria, desahogue su resentimiento por el liderazgo de Soria, con quien Rajoy mantiene una relación simplemente correcta, que en ocasiones ha sido directamente antipática. Sus aptitudes para la solución de problemas complicados, ese prestigio de “problem solver" (una especie de "chico para todo") que le acompaña, han acudido en auxilio de CC en puntuales crisis de supervivencia para los nacionalistas, incluso en contra del interés de su propio partido en las Islas.

Sus instrucciones a Bravo de Laguna y otros dos diputados del PP (hoy tránsfugas, fuera del partido o investigados por presuntos delitos de corrupción) provocaron, en junio de 2000, la derrota en el Parlamento regional del dictamen de la Comisión de Investigación encargada de esclarecer el escándalo Tindaya, uno de los episodios delictivos más graves de la etapa de CC en el Gobierno, consistente en la malversación de 18 millones de euros de fondos públicos destinados a la construcción de una escultura de Chillida en la montaña de Tindaya (Fuerteventura). La Comisión investigadora, con los votos de PP y PSC, había dictaminado la responsabilidad del Gobierno nacionalista, pero sus conclusiones fueron rechazadas por el pleno, gracias a la fuga de tres votos de las filas del grupo popular, siguiendo instrucciones telefónicas directas de Rajoy, es decir, de La Moncloa. Aquel dictamen habría supuesto la caída del Gobierno de CC y anticipado un cambio de ciclo en Canarias. Sin embargo, Aznar no quiso incomodar a sus socios nacionalistas, y el PP canario se vio obligado a tirar por la borda su estrategia de fiscalización de los excesos corruptos y clientelares de CC; una estrategia de distinción de los nacionalistas a cuyos réditos debe gran parte del apoyo popular obtenido en las pasadas elecciones autonómicas y locales y que, sin embargo, no ha vuelto a recuperar porque el designio sigue siendo el mismo: mantener una CC viva, preferencial y cercana, a cualquier precio, como prueba de que el PP entiende el nacionalismo, incluso le cede graciosamente parcelas rústicas del territorio español, cuando el hecho diferencial y la identidad cultural no van más allá de un suculento cheque en los Presupuestos Generales del Estado.

La prensa local ha definido a Rajoy como “un buen conocedor de los asuntos canarios”. Sus visitas oficiales al archipiélago se reducen a dos o tres, desde 1996. Pero algunos analistas confunden la parte por el todo y tienden a deducir que el dominio de los asuntos de CC implica el dominio de la pluralidad de Canarias. “Lo que es bueno para General Motors, es bueno para América”, dijo un presidente norteamericano; más bien lo contrario de lo que la experiencia sugiere en nuestro caso: lo que es bueno para CC, suele ser nefasto para Canarias y, por tanto, para España.

Al igual que los otros cuatro o cinco liberales españoles que andamos sueltos por este archipiélago, me había concedido la incauta utopía de que el arcángel de la sucesión acabaría visitando, por un milagroso error, el hogar de Esperanza Aguirre, para llenarla de gracia. Habría sido una estupenda noticia para España y para Canarias. Ojalá la designación de Rajoy sea buena, al menos, para la nación. De todas formas, ¡siempre podremos exiliarnos en Madrid!


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