¡Lo he visto! ¡lo hemos visto! ¡Es verdad! Ibamos a Arcueil a cenar en casa de Antonio Segui (a aquellas casas se las califica de “folies” el siglo XIX), y Nina que se conoce al dedillo las calles de París y los mejores itinerarios, se extrañó de la ruta que tomaba el amigo que nos conducía. “Es que no se puede pasar”, respondió éste. A la vuelta, como a esas horas nocturnas la mayoría de los parisinos duermen, eligió el itinerario más directo para mostrarnos las obras. Obras faraónicas que durarán hasta 2007, y costarán miles de millones de euros, y que ya crean gigantescos atascos en las horas punta. La alcaldía rosiverde, y la región Ile-de-France, también colorincolarada, no están construyendo una nueva pirámide a la gloria de Ramses III, no, están construyendo las vías para el tranvía que ahorcará París a partir de 2007 o, más bien, teniendo en cuenta los inevitables atrasos, y las más inevitables “mordidas”, 2015.
París, como todas las grandes ciudades, tiene sus pobres, sus parados, sus mendigos, sus ancianos mal atendidos, hospitales en ruinas, insuficientes guarderías y más problemas de esta índole, pero las “fuerzas de progreso” han decidido que lo más progresista era despilfarrar fortunas –claro, aumentarán los impuestos locales–, para promover el más anticuado e incómodo de todos los medios de transporte. Por aquellos boulevards des maréchaux, así llamados porque llevan nombres de mariscales del “imperio” napoleónico, ya circulan, bueno circulaban, los autobuses de una veterana línea, que creo que eran eléctricos, o sea perfectamente “ecológicos” (si no lo eran más fácil y barato hubiera sido ponerlos, como en otras líneas de autobuses parisinos).
Pero este aquelarre cobra dimensiones inverosímiles cuando se sabe que a unos 500 metros de las obras del tranvía, existe una línea de ferrocarril de cercanías que hacía el mismo recorrido alrededor de París, y que ha sido abandonada –y por donde, dicho sea de paso, mis amigos los zorros llegan hasta el corazón de la capital. Esta línea de ferrocarril abandonada, sigue allí, al margen del tráfico de coches, pero hubiera sido demasiado sencillo, y sobre todo demasiado barato (y las mordidas, ¿qué?) reactivarla. A mí me parece que éste diminuto problema urbano, es sintomático y simbólico de una realidad mucho más general y profunda: contra viento y marea, caiga quien caiga y cueste lo que cueste, se impone el tranvía, porque el tranvía es ¡de izquierdas! Pues esto quiere decir, sencillamente, que la izquierda es carca, y además embustera, porque ¿quién habla del dinerillo para los amiguetes?
