Esta es la triste historia de un "perseguido político" en la España de las libertades constitucionales y el casquivanismo de las tertulias marcianas. Puestos a largar, hasta los volcanes escupen estiercol ardiente como si fuera el pensamiento de Jovellanos. No hay quien respire en Lanzarote, ni alrededores, cuando el ventilador se pone en marcha en las grutas intestinales del nacionalismo.
El aún presidente del Cabildo ha regurgitado a las puertas de la cárcel una cinta de vídeo grabada en las letrinas de la política para demostrar que es víctima de una cacería, simplemente por ser "un rebelde y un independiente", según se definió en declaraciones al diario La Provincia. Dimas Martín recurre al subrepticio método de la cámara oculta, en una tentativa extrema de sortear la entrada en prisión para cumplir una condena de tres años por sobornar, en 1995, a un concejal de Arrecife, hecho probado en una sentencia del Supremo, de 15 de enero de 2001. Fue un escándalo lo que hizo, es un escándalo aún mayor que todavía no haya entrado en prisión y alcanza la categoría de porno duro que la Junta Electoral le permitiera concurrir a las elecciones autonómicas y locales del pasado 25 de mayo. Pero antes de tener que pisar por tercera vez la prisión, Don Dimas, como le reverencian los isleños, prefiere que la isla entera arda bajo un volcán de porquería.
"Estoy jodido". Así comentó Dímas Martín el fallo de la Audiencia de Las Palmas que el pasado 19 de diciembre ordenó su entrada en prisión y la suspensión (que no inhabilitación) de sus cargos de presidente del Cabildo y diputado regional, una vez que el tribunal tuvo conocimiento de que el Gobierno ha denegado el indulto.
El victimismo melodramático es la baza que mejor ha explotado este político populista, y de la que ha obtenido elevados dividendos electorales. Los isleños le adoran porque le temen, y le temen porque nada se mueve en Lanzarote sin su consentimiento. Ahora se compara a sí mismo con "los cristianos cuando los echaban a los leones, cuando todos bajaban el dedo" y anuncia que no dimitirá porque, según declara: "Me debo al pueblo de Lanzarote, que me ha elegido. Y el pueblo de Lanzarote no debe permitir, ni lo debe permitir ningún canario, que se trate de gobernar en las instituciones vía sentencia judicial". Típico de de los caudillos bronceados, creerse ungidos de una popularidad que está por encima de las leyes. Si no puede evitar la cárcel, al menos aspira a seguir mandando desde la celda como un mártir nacionalista y volver a ser, con los votos de su partido, el PIL, en las próximas Generales, un indispensable interlocutor de las ambiciones hegemónicas en la región de CC (Coalición Canaria), PSOE y PP.