El embajador checo en Estados Unidos, Martin Palous, ha sugerido a los gobiernos latinoamericanos y la Unión Europea que concerten un lenguaje y una estrategia coincidentes, desde los que contribuir más eficazmente a la democratización de Cuba. Con la mira puesta en la 60ma. Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que inaugurará sus sesiones este 15 de marzo en Ginebra, Palous habló alto y claro: “No se podrá avanzar mucho si los países latinoamericanos no adoptan una postura común frente al tema”, dijo, al tiempo que apostaba por una condena sin paliativos al régimen de Fidel Castro.
En esencia, la complacencia ante las violaciones de los derechos individuales en la isla ha dejado de ser patrimonio europeo, aunque aún forma parte del imaginario latinoamericano. Habida cuenta la inmadurez de sus instituciones y la esclerosis de su clase dirigente –y en momentos en que el populismo escala posiciones-, Latinoamérica continúa estando más cerca de África que de Europa. A medio camino entre la modernidad y la prehistoria, trepado al carro del caciquismo y el subdesarrollo cultural, el subcontinente gira a remolque de sus gravísimas carencias estructurales. Paradójicamente, empeñados en agitar la bandera de una independencia apenas formal, algunos Estados latinoamericanos reproducen esquemas de conducta pavlovianos, según los cuales su política exterior reacciona a las movidas estadounidenses segregando réplicas inversas, dependientes de aquéllas.
Como los perros de Pavlov, dichos gobiernos activan “su” engranaje político en la medida que la campana de la diplomacia norteamericana repica, algo particularmente patente cuando comparece el leit motiv castrista. Aunque lo relevante no debiera ser que sus decisiones contradigan los lineamientos de la Casa Blanca, sino que se gesten desde un conocimiento profundo e independiente de la realidad a abordar –en este caso la cubana-, gobernantes como Lula da Silva o Néstor Kirchner insisten en jugar a la contra, ovillándose en una suerte de dependencia asimétrica con respecto a Washington. Una que tal vez el embajador Palous no consideró suficientemente durante su muy atinada comparecencia.
