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¿Resuena en España algún eco de la guerra civil? En la prensa extranjera se han publicado estos días varios artículos que tratan esa cuestión, a tenor de lo ocurrido entre el 11-M y el 14-M. Uno de los primeros que la abordó fue el historiador Antonio Feros, en un excelente artículo sobre la influencia de la memoria de la guerra civil en la política española ("Civil war still haunts Spanish politics", New York Times, 20-03-04). El profesor Feros ofrecía una base argumental para entender por qué un conflicto ocurrido hace casi setenta años sigue siendo “punto de referencia” en nuestra política, y presentaba distintas opiniones tanto sobre ese aspecto como sobre la interpretación de la guerra, que existen en España.
 
Pese a que la mayoría de los españoles ha consignado la guerra al pasado, y lo hizo antes ya de que llegara la democracia, “lo del 36” no ha dejado de estar presente en nuestro teatro político. Es comprensible que un suceso traumático como aquel deje un poso en la vida política de un país, y no se puede descartar que el poso vuelva a enturbiar las aguas. En la medida en que la guerra se instale, no como suceso histórico a analizar y debatir desde la perspectiva de que pertenece al pasado, sino como arma del combate político presente, aumentará la probabilidad de que así sea.
Desde la Transición, ha sido la izquierda la más interesada en mantener a la guerra civil “operativa” en el escenario político. Lógicamente, puesto que extrae de su interpretación de lo sucedido, tanto legitimidad para ella misma como deslegitimación para la derecha. El profesor Feros recogía este punto de vista citando un artículo mío (“Por qué mis amigos no quieren revisar sus ideas sobre la guerra civil”, La Ilustración Liberal nº 17).
 
Pero también señalaba yo allí otra ventaja más coyuntural que le reporta a la izquierda su versión de la guerra, y que explica, en parte, el “desentierro” de los últimos años: le permite “sanar” el daño provocado por su larga estancia en el poder. Los abusos cometidos por el PSOE en sus trece años de gobierno fracturaron la confianza en él; darle nuevo lustre y publicidad al pasado glorioso y mítico de la izquierda era un modo de recuperar prestigio, y de reagrupar a su base social.
 
Los profesores Santos Juliá y Paloma Aguilar indicaron a Fores que si bien el PSOE vinculó al PP al franquismo -y con ello al bando que “aplastó la democracia”- en las campañas electorales de 1993 y 1996, no lo hizo en la del 2000. Pero si no agitó tanto el fantasma del doberman y la derechona, no fue porque lo enterrara definitivamente, sino porque en el 2000 ya había gobernado durante cuatro años la derecha y no había pasado nada de lo que había hecho temer la propaganda de la izquierda: el tema ya no era útil. Pero lo sería poco después.
 
Fue bajo el primer gobierno del PP cuando empezó a tomar fuerza un movimiento por la “recuperación de la memoria histórica”, que promovía actividades como la excavación de fosas, que bien podían haberse realizado mucho antes. También fue cobrando vigor la tesis de que la Transición había sido “amnésica” y que era hora de “hacer justicia”, cosa que sorprendía que no se hubiera hecho ya. Y fue en el 2003, a las dos décadas de finiquitado el franquismo, cuando se plantea en las Cortes una condena de sus crímenes, y se organiza un Congreso de víctimas. No es de extrañar que uno de los asistentes declarara: “Parece increíble que haya habido que esperar 25 años”. No lo parecía, lo era.
 
La revitalización del tema de la guerra civil durante los últimos años adquiere sentido, en mi opinión, si se interpreta como parte de una estrategia para la recuperación del poder por el PSOE. Ante la dificultad de hincarle el diente a la labor de gobierno del PP, la dirección socialista opta por convertirlo en bestia negra. A la creación del monstruo contribuye vincularlo al bando que “asesinó a García Lorca” e identificarlo con la “derecha genéticamente antidemocrática”, o “fascista y asesina”, de toda la vida. Es por ello que la guerra civil regresa al primer plano de la escena.
 
El PSOE, junto con otros partidos de izquierda y los nacionalistas periféricos, apostó por exacerbar la polarización, dividiendo el campo entre unos “buenos” y “malos”, que corresponden a los viejos bandos de la guerra. De momento, eso ha permitido que minorías agresivas –hasta ahora, sólo de izquierdas- puedan marcar el clima político e influir en la situación, como con el insólito acoso a las sedes del PP el día antes de las elecciones.
 
El profesor Enrique Moradiellos, según recogía Fores en su artículo, advertía que “el uso de la guerra civil para interpretar el presente es muy peligroso”. En mi opinión, el peligro radica en que se convierta en arma política, que es lo que da pie a que se introduzca en el análisis. En manos de los partidos que la usan está que se entierre definitivamente el hacha de la guerra.

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