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El PSOE y sus aliados se encaminan abiertamente, antes incluso de formar Gobierno, hacia un cambio de régimen cuya radicalidad es sólo comparable a la del Gobierno del PSOE de Largo Caballero y Negrín, que incluía el enfeudamiento a Stalin y a la URSS. Sin embargo, en aquella pérdida objetiva de la soberanía nacional se mantenía al menos la idea de España, bien que asociada a la soberanía popular y de clase, a la dictadura del proletariado, eufemismo de un poder totalitario y, por ende, antinacional. Pero pese a su condición cainita y a querer destruir a media España seguía identificándose como español. Ese es el gran cambio del siglo XX al XXI: la Izquierda ya no cree en una España, la suya; no cree en ninguna España, porque en el fondo piensa o siente —y no le falta razón— que la única España real es la de la Derecha. No la única posible pero sí la única real, auténtica, verosímil, cierta.
 
A la Derecha la une, por encima de todo, junto a valores clásicos como la familia, la propiedad, la religión y la libertad individual, la idea de España. A la izquierda de ZP y el PFFR (Poder Fáctico Fácilmente Reconocible) esos valores les repugnan y esa idea les estorba para conseguir su propósito, que es instalarse en el Poder por tiempo indefinido y en el dominio social por tiempo ilimitado. Para ello cuentan hoy con unos aliados de ocasión pero que ven, desde otros intereses, la misma ocasión de destruir España destruyendo al PP. Y España, como construcción jurídica, política, histórica y moral, tiene hoy una plasmación que es el régimen constitucional, asentado en la soberanía de la nación española “única e indivisible”, raíz legitimadora de cualquier poder en España desde las Cortes de Cádiz. Eso es lo que los separatistas vergonzantes como Eguiguren o desvergonzados como Maragall, representativos de la Izquierda política supuestamente española, plantean junto a los separatistas de siempre, como PNV y ERC, que los ven como socios inmediatos para la destrucción de España y posibles piezas para estructurar socialmente sus futuros Estados independientes.
 
Podría decirse que ese es el reto de Zapatero, la dificultad esencial a la que deberá hacer frente; pero es bastante probable que acabe siendo su proyecto.

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