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Segundo viaje en la máquina del tiempo; no puedo resistirme, es casi una adicción. Regresamos al jueves 20 de noviembre de 1975. Esta vez atravesaremos el túnel de la mano del “decano de la prensa continental”, el desaparecido Diario de Barcelona, dirigido entonces por José Pernau. Portada de luto, naturalmente. “Franco ha muerto”, foto del caudillo y comentario editorial: “El pueblo español se había acostumbrado a confiar en que la singular fortaleza de Franco iba a demorar (...) el fatal desenlace”, y acusa una “sensación de momentáneo desamparo”.
 
En páginas interiores nos topamos con una “Encuesta en nuestra región”: “¿Qué ha supuesto, a su juicio, la figura de Franco para España?, le preguntan a distintas “personas cualificadas en la vida política y económica del país”. Samaranch, omnipresente y quizás eterno, señala que “la personalidad del Generalísimo solamente encontrará su verdadera dimensión histórica dentro de unos años”. ¿Cree usted que ya la ha encontrado, don Juan Antonio? Luego califica a Franco como “uno de los estadistas más importantes del siglo XX”. El Marqués de Castellflorite, que fue presidente de la Diputación de Barcelona hasta 1967, y que presentó una moción a favor de las clases de catalán que fue aprobada, caía en el mismo error prospectivo que Samaranch: “la Historia juzgará a Franco cada vez mejor”. Ramón Guardans no podía compendiar “en unas líneas cuarenta años de la historia de España; casi medio siglo de vida nacional, con un progreso espectacular, que no puede ser atribuido obviamente a una sola persona, ni puede considerarse tampoco separadamente de su suprema regiduría.” Muy cucos, tras preguntar al prójimo para que se moje otro, los periodistas no firman nada ese día.
 
Inevitablemente, el papel quebradizo del viejo diario, la retórica propia de épocas sin prisa, ilumina mi propia experiencia. Ese jueves llegué a los jesuitas de la calle Caspe y un cura sonriente, entreabriendo la puerta principal, nos devolvió a casa. Semana de luto que era un regalo formidable. Siete días en Vilassar de Mar, entonces San Juan de Vilasar. En el país se avecinaban cambios importantes, pero eso no era nada en comparación con el futuro que yo veía despertar en mi adolescencia, en las lecturas de Unamuno y de Camus a las que en edad tan temprana nos introducían los curas. Los jesuitas, por cierto, nos dieron siempre clases de catalán, al menos desde que yo entré en el colegio en 1968.
 
Giro la página del diario y el polvo de décadas se cuela en mi garganta. Tras el acceso de tos, observo detenidamente las fotografías de “Franco en Barcelona”, con la gente aplaudiendo a su paso. Dice un pie: “Aclamación popular de los barceloneses en 1970”. No en 1940 sino en 1970. Si los jóvenes catalanes de hoy quieren saber la verdad sobre Matrix, deberán renunciar a la píldora nacionalista, que nunca les permitirá comprender a Pla, a Dalí ni a D’Ors, y tragarse la de la hemeroteca.

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