La de Pablo Neruda ha resultado una virtual canonización cívica. Pero, estando financiada con recursos públicos y, por tanto, también por mí, en cuanto contribuyente (involuntario), tengo derecho a decir lo mío. En otras circunstancias tal vez habría callado, pero se ha hecho un uso político y propagandístico tan desmedido del centenario, honrándose de paso a connotados panegiristas del totalitarismo -como el sacerdote Cardenal o el pintor Guayasamín (que tuvo la insolencia de pintar entre sus adefesios a un perro con la cara de un ex Presidente chileno)-, que no me puedo silenciar.
Es innegable que Neftalí Reyes Basoalto, devenido Pablo Neruda, apellido checo (siguiendo la moda extranjerizante de izquierdistas que, sin embargo, fungen como cultores devotos de la raza y la tierra autóctonas), se distinguió en el oficio de escribir poemas y alcanzó renombre universal.
En lo no literario, su existencia estuvo lejos de constituir un ejemplo. Como político, luchó siempre en favor de sistemas de gobierno caracterizados por la supresión y destrucción de las libertades personales, entre ellas la de expresión literaria. Ardiente admirador del comunismo soviético, escribió hasta una "Oda a Stalin", el gobernante que ha hecho matar a más gente y sacrificado más libertades en la historia de la humanidad. Siempre su pluma estuvo al servicio de ese imperialismo.
No conocí personalmente al poeta. Tal vez, en el trato humano puede haber sido eso que llamamos "un buen tipo", en el sentido de ser amable y hasta llegar a compartir con uno su caldillo de congrio, con salsa de leche y licor.
Pero, como a veces sucede, no fue tan "buen tipo" con su propia familia. Su mujer legítima, Antonieta Hagenaar, tuvo una hija enferma de hidrocefalia. Ambas fueron abandonadas por el vate, quedando en la pobreza. La segunda murió cuando él ya había encontrado otra mujer y se desvivía por prestar a los republicanos españoles el auxilio que mezquinaba a su propia familia.
Alcanzó honores, fama y fortuna con su poesía, y prestigio político voceando consignas a favor de los pobres del mundo. Todo genuinamente marxista, pues el propio Karl Marx, en medio de su inmenso amor a la humanidad desposeída, abandonó al hambre y la miseria a los suyos, según ha documentado Paul Johnson en "Intelectuales".
Así como los méritos de alguna poesía de Reyes Basoalto son indiscutibles, también lo son los deméritos de otra, que utilizó para atentar contra la democracia y algunos de sus exponentes.
No tuvo piedad con éstos. Su injurioso poema contra el entonces Presidente Gabriel González Videla, que tuvo el coraje de jugarse por librar a Chile de la primera intentona comunista, en los años 40, fue seguido de otros, que no apuntaban ya sólo al honor de sus víctimas, sino a su existencia misma, como en "Incitación al nixonicidio".
En lo personal, recuerdo sus versos insultantes contra Eduardo Frei Montalva, en la proclamación presidencial de Allende, en 1964, donde hablaba del "Tío Sam y su bebé democratacristero".
Recibió el Premio Nobel, cuyos jueces, de ojo derecho tan severo como para excluir a Borges, por un elogio verbal a la Junta chilena, se taparon convenientemente el izquierdo para galardonar al poeta totalitario.
Pero la cruzada política de Reyes Basoalto –gracias a Dios y a la Junta alabada por Borges– en Chile no prevaleció.
Ello permite subsistir a rincones como éste, donde alguien todavía puede exponer aquella parte de la verdad que, sistemáticamente, ocultan la izquierda chilena y mundial.
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Hermógenes Pérez de Arce es analista político chileno