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Juan Carlos Girauta

Interpretar a Azaña

Jugar a ser Azaña en el 2004 a la salud de un abuelo fusilado no sólo es una temeridad; es una estupidez presuntuosa

13 de octubre de 1931; el subrayado es mío: "Consejo de ministros en la presidencia. Asuntos de poca importancia. Conversamos ligeramente sobre (...) lo que podrá ocurrir en las Cortes al votarse el artículo 24 (se refiere sin duda al que en la Constitución de 9 de diciembre de 1931 sería el artículo 26, sobre órdenes religiosas) (...) Yo estoy muy disgustado, pensando que pueden ocurrir desastres (...) Yo tengo, en el fondo, una gran indiferencia por la hechura que se dé al artículo, si al menos se consigue evitar el precepto de la expulsión de todas las órdenes religiosas, medida repugnante, ineficaz y que sólo encierra peligro."
 
Las Memorias políticas de Azaña son el autorretrato de un intelectual, de un literato, de un esteta metido a político. Pero también cabe leer al de Alcalá como al insensato gobernante que atiza, o deja que se atice encogiéndose de hombros, el fuego del desastre con el hierro de su vanidad inconmensurable. Fantasmas infantiles de un hombre incoherente, débil y resentido, de cabeza y pluma privilegiadas, que se materializarán en la historia de España, en el peor momento, para vengar personales, dudosos y pretéritos agravios de jardín mediante la demolición del país.
 
"Me parece mal desalojar de Silos a los benedictinos, no porque la comunidad haga cosas estimables, sino por lo que es la abadía en la historia de España, y otro tanto siento del Escorial (...) También se me antoja estúpido que vayamos a cerrar conventos de monjas por esos pueblos de España, las úrsulas de Alcalá, las bernardas de no sé dónde (...) La disolución total e instantánea me hace el efecto de una acción ininteligente (...) Confieso que estas preocupaciones me duran poco (...) por mi interior circula, como si dijéramos, un encogimiento de hombros."
 
Jugar a ser Azaña en el 2004 a la salud de un abuelo fusilado no sólo es una temeridad; es una estupidez presuntuosa. No quiero ni pensar cómo habría retratado don Manuel a quien hoy nos gobierna. Se sube Rodríguez a una noria sin frenos, a una gloria inventada por la propaganda y alimentada, inexplicablemente, por insignes herederos de Gil Robles. Anticlericalismo asimismo de salón, pero de nuevo cuño, sin encogimientos de hombros, sin leves y pasivas censuras a los suyos (Azaña no podía despreciar más a los suyos) sino a través de un plan apasionadamente estulto. Tomar esa bandera para que cierre filas la legión de los humillados y ofendidos por persona interpuesta, despertar un dolor que es de ida y vuelta.
 
Hasta los gatos quieren zapatos. Si alguien va a representar este papel, que considere la escena final, de gran fuerza teatral: un hombre de sesenta años, moribundo, exiliado en Montauban, besa por tres veces el crucifijo del obispo Théas y musita entre lágrimas tres palabras: Jesús, piedad, misericordia.

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