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Juan Carlos Girauta

Eso no es Europa

Europa acoge un pasado demasiado importante como para terminar suplantada por proyectos sin raíces, por las ganas infinitas de ocio que adormecen y engolan al club de los pelmazos abruselados

Con señorial retintín y memorable anticlímax, la Junta de Sevilla convocó a Cortes –que serían las de Cádiz– en un formal documento; tras recoger ciertos valores importantes, cosas que España sabía defender por sí misma, acababa precisando: ...sin necesidad de que vengan los franceses a enseñárnoslas. Dos siglos después, Francia está a punto de enseñarnos algo: cómo eludir un engañabobos, cómo decir no a la mal llamada Constitución Europea.
 
Si eso ocurre, y si llega felizmente la cascada de lecciones ciudadanas a Bruselas en los subsiguientes referendos nacionales, España contará con un nuevo ridículo internacional: el país que más perdía abandonando Niza puede ser no sólo el primero sino quizás el único que alegremente y por gran mayoría abrace el engendro intervencionista, abstruso, plúmbeo, laicista y criptomasónico de la Constitución trampa.
 
Porque Europa no es el laberinto reglamentista que nos venden los burócratas subvencionados y subvencionantes. No puede ser –nunca lo ha sido– el proyecto de una elite que no alcanza siquiera a hacerse comprender por los europeos, gente con acceso a la cultura, irresponsable y crítica. Y libre. Europa se reconoce en tradiciones que sólo puede conducirle a la libertad, cuya semilla llevaron a América aquellos ingleses que se jactan con justicia de no haber necesitado, como Francia, de una Ilustración. Germinaron en la Constitución americana Hobbes y Locke. Francia tuvo que reinventar en Montesquieu la división de poderes y disimular para siempre más en los libros de historia, con la abnegada colaboración española, la antipática circunstancia de que la toma de la Bastilla –liberación de cuatro borrachos– ocurriera después de la Revolución Americana.
 
Se había plantado ya la libertad, en otra América, muchos años atrás. Pero me da una pereza invencible hablar del Siglo de Oro español; el tópico prefiere abundar en el oro metal y evitar el oro de las ideas. Aquí el más listo es el que le ha leído las venas abiertas a Eduardo Galeano y repite y repite la cantinela. Por otra parte, ¿cómo explicar a estas alturas de la renuncia nacional la verdad civilizadora, evangelizadora y protoliberal de la España de la Escuela de Salamanca?
 
Extravagancias y masoquismos españoles aparte, Europa acoge un pasado demasiado importante como para terminar suplantada por proyectos sin raíces, por las ganas infinitas de ocio que adormecen y engolan al club de los pelmazos abruselados.

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