No todos los iberoamericanos se conforman con la farsa eterna. Una organización liberal ha pedido al Gobierno argentino que investigue la complicidad que existió entre la tiranía castrista y los máximos responsables de la dictadura militar. Según el CADAL –Centro para la Apertura y el Desarrollo para América Latina– “existen varios testimonios que certifican la complicidad del Gobierno de Cuba con la dictadura militar argentina, incluyendo su cabildeo en las Naciones Unidas para impedir una condena internacional por las violaciones a los derechos humanos que entonces sufrían los argentinos”. Gabriel Salvia, director del CADAL, aseguró que “en La Habana se celebró un Congreso sobre los derechos humanos en América Latina, cuya declaración final excluyó la violación de éstos por parte de la dictadura militar”.
Ni Adolfo Pérez Esquivel ni Rigoberta Menchú ni Gabriel García Márquez ni José Saramago, se sumarán a la iniciativa de los argentinos que quieren saber hasta dónde llegó la complicidad de Castro con los milicos que tanto odian. Los amigos de sus enemigos son sus amigos. Exigen la verdad, pero –como los socialistas españoles respecto al 11-M– sólo la que alimenta su sectarismo. Ninguno de ellos reprochó a su amiga Hebe de Bonafini que brindara con champán para celebrar en Cuba la voladura de las Torres Gemelas. Son los más fieles correveidiles de Castro. Jamás la evidencia les llevará a enemistarse con su Máximo Líder. Más que pasión, es frenesí lo que sienten por el coma-andante.
Especialmente patético es el caso del premio Nobel portugués que tantos admiradores tiene en nuestro país. Saramago no ha podido vivir mucho tiempo lejos del Iberosaurio. Tanta era su melancolía que voló a la Isla de los cien mil presos para servirle una vez más. Aseguró este jueves en La Habana que “es amigo de Cuba en cualquier circunstancia”. Cuando Castro fusiló a tres negritos que sin causar daño alguno intentaron escapar del mayor de los presidios que existe en el mundo, el portugués nos advirtió de que hasta ahí había llegado su confianza en la tiranía castrista. Muchos de sus admiradores lo celebraron. Sin embargo, la nostalgia del tirano le ha hecho volver por el caminito que el tiempo no borró. No otra cosa podía esperarse de un desalmado que justificó durante más de cuatro décadas la barbarie de su Comandante En Jefe.