El Senado de los Estados Unidos ha elegido al 17º Presidente del Tribunal Supremo en la persona de John Roberts, un juez de formación historiador. Comienza su trabajo este lunes, 3 de octubre. Roberts atesora una formación notable para su edad, 50 años, y tanto la calidad de sus juicios como su humilde servicio a la ley y no a su visión del mundo han sido reconocidos ampliamente. Sustituir a William Rehnquist supone iniciar el trabajo de su vida bajo la larga sombra de uno de los jefes del TS más importantes de la decena y media que había ocupado el cargo. Roberts está perfectamente preparado para ello, pero va a tener que echar mano de todos sus recursos, porque en las tres próximas décadas en que ocupará su cargo se tendrá que enfrentar a problemas de primera magnitud.
Él es un defensor del libre mercado, según se puede inferir de su tesis, una historia del Partido Liberal Británico, en la que alaba su pasada defensa del laissez faire y lamenta que abandonara el camino de la libertad por un reformismo intervensionista que ha privado a los británicos de los mayores defensores de su libertad. Creo que esto es excelente, porque no todos los conservadores tienen la capacidad de apreciar la función social del libre intercambio, y muchos lo han mirado con cierta desconfianza.
Tras jurar como sustituto de Rehnquist, hizo toda una declaración de intenciones, al decir “Lo que Daniel Webster llamó el milagro de nuestra Constitución no es algo que ocurra a cada generación, pero toda generación ha de aceptar la responsabilidad de apoyar y defender la Constitución, y mantener la verdadera fe y la fidelidad a ella”. La Constitución como norma suprema, sostén de los derechos individuales y base de la convivencia civilizada. Roberts se ha posicionado explícitamente en su defensa, e implícitamente en contra de la teoría de la “Constitución viva” y del activismo judicial, que sustituye a la Carta Magna por la mera ideología de los jueces. Emociona ver desde España que hay quien está dispuesto a defender la mejor y más antigua Constitución del mundo, en un momento en que nuestro presidente está dispuesto a entregar la nuestra al tripartito.