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Agapito Maestre

El Presidente a debate

Nadie toma en serio al presidente del Gobierno de España. Su modo de hablar produce hilaridad y recelo su fingida sonrisa

Esto no es una columna política, que más quisiera, sino un apunte sobre el hombre que preside el Consejo de ministros de España. Miro la prensa de las últimas semanas y apenas hallo comentarios sobre la figura del presidente. Hasta Bono le gana en las encuestas de popularidad. Resulta difícil hallar a alguien, periodista o profesor, diplomático o recaudador de impuestos, que defienda con sensatez e inteligencia a Rodríguez Zapatero. Incluso entre los trincones oficiales de las tertulias de los medios de comunicación, poblados de voceros socialistas, es cada día más complicado oír un comentario afable o una valoración positiva sobre Rodríguez Zapatero. Todos están escondidos. Pocos, muy pocos, se atreven a defender en público los discursos y las acciones de Rodríguez Zapatero. El tratamiento que comienza a dársele a este hombre roza lo esperpéntico. La gente, no digamos ya los ciudadanos, toma su figura con cierto desdén. Como si no mereciera el cargo de presidente de España, el ciudadano español lo conlleva con indulgencia a veces y casi siempre con cachondeo. El presidente de España está en cuestión.
 
Sus “defensores” han desaparecido o quizá estén agazapados. Lo cierto es que no se les ve, o su visualización es borrosa. Sus correligionarios sienten vergüenza de él en público y guardan silencio, pero lo despellejan en los lugares privados. Sus adversarios lo trituran políticamente en las instituciones. Incapaz de argumentar ante cualquier pregunta sensata, nadie espera ya del presidente del Gobierno una respuesta medianamente correcta a cualquier pregunta. Todos temen cualquier salida de tono, o peor, cualquier obviedad. Nadie habla ya de él como buen o mal estadista, porque nadie lo considera estadista. Su perorata, llena de tópicos, latiguillos y sandeces, es peor que aburrida. Resulta molesta. Este hombre desvaría permanentemente. Se queda sentado ante la bandera americana, y se arrodilla ante la de un dictador tercermundista. Hay un plan nacional para solucionar el problema del agua en España y él se lo carga. Saca las tropas de Irak sin avisar y traicionando a nuestros aliados militares. Dice que le interesa pactar, o sea, hacer política, con el otro gran partido que representa casi a la mitad de los españoles, pero firma un pacto con los independentistas de que no pactará jamás con el PP. Nos matan los islamistas, pero el habla de “alianza de civilizaciones”. Asaltan nuestras fronteras, pero él no quiere reprimir a los asaltantes. Es el presidente de la Nación española, pero no sabe exactamente qué es la nación, España. Felicita a Schröder, pero gobernará Merkel. Y así, suma y sigue.
 
Nadie toma en serio al presidente del Gobierno de España. Su modo de hablar produce hilaridad y recelo su fingida sonrisa. Es casi una verdad compartida por sus correligionarios y adversarios que Rodríguez Zapatero no da más de sí mismo. El destino lo ha puesto ahí, pero él es incapaz de hacerse cargo de su destino, si no es despeñando a una nación, España, por un precipicio lleno de estulticia con “talante” tramposo.
 
Con este presidente de España a nadie puede extrañarle que los pillos catalanes, me refiero a las élites políticas de Cataluña, lo hayan aprovechado para aprobar un Estatuto, que es la máxima ofensa que una región puede hacer al resto de los españoles.

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