La Gramática no es lo mío. Pero no tengo más remedio que detenerme en algunas cuestiones de prescripción gramatical porque así lo demandan los curiosos libertarios. Aun así, mi posición es la de destacar más el uso que la norma.
José Antonio Helguera Torres (Madrid) se asombra de que yo ponga los nombres de los idiomas con minúscula. Él considera que deben llevar la inicial mayúscula, como los nombres de las personas. Lamento discrepar. Quizá en inglés podamos escribir Spanish, pero en español, apeamos la mayúscula. Un idioma es una cosa, no una persona. Solo en el caso de que hablemos de asignaturas o campos científicos recurriremos a la mayúscula para los idiomas. Por ejemplo, Departamento de Español.
Nicolás Águila me despeja las dudas y me da una lección. Dudaba yo, infeliz, entre “el Austria” o “la Austria”. Don Nicolás me recuerda la norma que yo mismo mantengo: Austria empieza con a tónica y por ello pide el artículo masculino. Así, debe decirse “el Austria imperial”. Lo escribiré cien veces.
Ana Natera (Córdoba) dice que a ella le enseñaron que los nombres de las personas no llevan artículo. Tampoco deben llevarlo los nombres de los países. Discrepo un poquitín. Son muchas las excepciones que podría citarle. Apunte: la Pardo Bazán, la Cibeles, La Lola se va a los puertos, la Celestina, la Venus, Viva la Pepa, el Tenorio, la Pilarica. Bien es verdad que en todos esos casos se puede quitar el artículo, pero no es lo mismo. La gracia del idioma está en la vacilación. No me cansaré de repetirlo. Tampoco es que sea un artículo de fe.
Toni Amengual Fullana dice que le resulta extraño lo de anteponer el artículo a los nombres de algunos países: la Argentina, los Estados Unidos, etc. “Evidentemente… no se dice la España”. No, no se dice, pero puede decirse cuando sigue un adjetivo. Por ejemplo, “la España seca” o “la Cataluña rural”. Algunos países ─Argentina, Estados Unidos, Perú, Japón, etc.─ pueden llevar el artículo aunque no siga adjetivo al nombre del país. Es algo potestativo. Todo depende de la frase, si lo pide el oído. Francamente, se me hace muy duro decir “India es un país muy poblado”. Me suena mejor “la India”. Como me resulta más razonable decir “las Naciones Unidas” y no “Naciones Unidas”, según se dice en la jerga del politiqués.
Un baturro que no desea ser nombrado me transmite el cartel que figura en una librería central de su ciudad: “Libros de textos”. Es un buen ejemplo de la popularidad que va adquiriendo el plural. Ya no nos basta con que los libros sean “de texto” para la escuela.
Miguel Celigueta Rudi se manifiesta a favor de la forma se adecua y no “se adecúa”, que se oye por ahí. Se pregunta si esa regla debe seguirse con otros verbos, como fluctuar, usufructuar, puntuar, licuar, etc. Hay de todo, y de ahí viene la confusión. Lo correcto es decir se adecua y se licua, pero fluctúa, usufructúa y puntúa. Menudo lío. Mi predicción es que, en caso de duda, la tendencia será en esos casos la de seguir la norma del verbo actuar, no la de averiguar. Pero, de momento, lo correcto es se adecua y puntúa.
Rafael Campo propone una campaña sobre esa forma de “advertir de que…”. Le suena mal ese dequeísmo. Precisemos. La acción de advertir puede significar tres cosas bastante relacionadas entre sí: (1) hacer notar a otro, (2) notar, observar, reparar en algo la atención, (3) aconsejar, amonestar, prevenir. Solo la forma (1) se construye con la preposición “de”. Las otras dos van sin preposición. No hay que hacer ninguna campaña. Le advierto a don Rafael de la existencia de la norma vigente. Dejemos sus deseos de reforma para causas más dignas.
Gabriel Camino critica el uso de expresiones como “detrás mío” o “delante suyo”, en lugar de las correctas detrás de mí, delante de él, etc. Él mismo da la pista de que en catalán es correcto decir devant meu (= delante de mí). Don Gabriel intuye que algún día se reconocerán como legítimas esas nuevas formas. Casi estoy por decir que me identifico con esa predicción. A mí me encanta el vulgarismo madrileño del aquí para referirse a personas cercanas: “Aquí, mi señora” en las presentaciones, o “aquí opina” por la persona cercana al interlocutor. Naturalmente, los vulgarismos deben reservarse para el habla coloquial.

