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Agapito Maestre

España y sus traidores

Las “culturas” catalanas, vascas o gallegas son una broma, y de muy mal gusto, al margen de la cultura común, de la cultura española.

Amenaza Maragall con “la desafección de Cataluña”, o sea, con la separación de España. Miserable. Cataluña nunca será nada sin España. Él mismo, concebido como individuo, no es nada si no fuera porque niega España. Miserable es, pues, quien se afirma negando. Sin embargo, él sabe que, en otro sentido, en el sentido del nacionalismo criminal que pastorea a lo que queda de España, ésta no se rompe, como dice algunos optimistas, sino que España está rota. Más aún, a veces, uno tiene la sensación de que España está muerta. Los socialistas, los comunistas y los nacionalistas, junto a los terroristas, han matado España. Por supuesto, cómo olvidarlo, también colaboraron a su extinción los populares con sus cesiones a los nacionalismos. Desde hace años, la situación es clara y distinta. Las persecuciones y asesinatos, los pisoteos de los derechos y libertades, por ser sólo y exclusivamente español, en Cataluña y País Vasco, en Galicia e incluso en otras partes de España –quién no conoce hoy a alguien que ha sido excluido de algo por no pertenecer a una determinada Comunidad Autónoma– no es un problema de hoy ni de ayer. Es un asunto que venimos contemplando desde hace veintisiete años.

Otra cosa es, por supuesto, que millones de infames hayan cerrado los ojos ante esta realidad. ¡Cuánta miseria he visto yo en este punto en Cataluña! Otra cosa es, naturalmente, que los medios de comunicación encargados de denunciar la situación hayan ocultado la realidad. ¡Cuánta estulticia he soportado yo en los medios de comunicación, cuando defendía la nación española como primera vía de definición de la genuina ciudadanía democrática! Otra cosa es que estando España, aún hoy, muerta como nación capaz de alojar a todos sus ciudadanos en condiciones de libertad e igualdad, los miserables secesionistas, o sea, la mayoría de los socialistas, comunistas y nacionalistas alberguen miedos sobre lo que son. No me extraña, pues, a poco que se miren, observarán que no son casi nada al margen de España. Las “culturas” catalanas, vascas o gallegas son una broma, y de muy mal gusto, al margen de la cultura común, de la cultura española. ¡Cuánto cinismo hemos aguantado, cuando oímos las quejas que en privado nos cuentas los secesionistas sobre las exageraciones de sus líderes!

Los peores son, ciertamente, los desdichados socialistas, que no tienen coraje a romper con unos líderes que han asesinado las tradiciones nacionales defendidas por sus antepasados. Pocos, entre los socialistas, se atreverían a leer, por ejemplo, los textos de Julián Besteiro, o Indalecio Prieto, sobre la nación española.

La villanía del proceso de destrucción de España ha sido tan horrorosa y cruel que no descartó un movimiento absolutamente contrario, que borrará para siempre tanta infamia fragmentadora de la nación. Ese momento vendrá más pronto que tarde. Llegará una generación de hombres y mujeres que no harán distingos entre socialistas y nacionalistas, sino que se los llevará a todos por delante con afirmaciones muy sencillas: España existe. En el verdadero sentido, España nunca ha dejado de existir. España, la nación española, es el único suelo sobre el que se puede desarrollar nuestra identidad. España, la nación española, es un hecho moral indiscutible en cuanto es la única garantía de la sociedad entera; por el contrario, los nacionalismos y las nacionalidades son hechos profundamente inmorales en cuanto excluyen a quienes no son de su raza, lengua o “cultura”.

En España

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