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Cristina Losada

De rositas

La libertad no figura en el prontuario de las actrices de la rosa. Tan ausente está ese concepto de sus cabezas, que se revuelven contra la libertad de pensar que ese "proceso de paz" es un embeleco, una trampa y un subterfugio.

La actitud del mundillo cinematográfico español ante la ETA es un caso de libro. Un libro que alguna vez se escribirá para dar cuenta de una ceguera voluntaria ignominiosa. Las honrosas excepciones individuales han sido eso, excepciones. La regla forjada y mantenida durante decenios se condensa en un título cinematográfico: la ley del silencio. Merece la pena preguntarse por qué uno de los fenómenos más dramáticos de la vida española no ha recibido en el cine más que un tratamiento marginal, encajonado en el género de acción. Por qué las víctimas del terrorismo sólo han sido protagonistas de una obra, el documental de Iñaki Arteta, Trece entre mil, tan extraordinario como solitario en su empeño. Y por qué uno de los festivales de cine más prestigiosos, el de San Sebastián, ha servido para encubrir, como otros fastos culturales del País Vasco, la sucia realidad de los crímenes y la intimidación, de la falta de libertad que la ETA y sus huestes, bajo el cielo protector del PNV, imponían a pocos metros de la glamourosa alfombra roja.

Que los cineastas no tienen por qué tratar el terrorismo, es pura obviedad. Libres son de abordar éste o aquel asunto. Pero resulta significativo que el terror de la ETA constituya un tema tabú. El desinterés revela tanto como el interés. Y la indagación en esa indiferencia nos llevaría, al igual que si hiciéramos la prospección en otras zonas, a un estrato donde se dan la mano el miedo y la complicidad. Una precisión: no sólo las películas han mirado para otro lado. La actitud abarca al grupo humano que sus propios componentes consideran una comunidad, o como ellos dicen, un colectivo. Una comunidad que se ha arrogado el papel de voz de la conciencia social, que se ha constituido en lobby político, en otras y bien sonadas ocasiones. Bueno, otra. La guerra contra Sadam Husein, o por mejor decir, la guerra contra el PP. Que de eso se trataba, y no de Irak, que fue, en todo aquel baile de goyas y galas, mera excusa.

Y vamos a la rosa. Pues que ahora venga un grupo de actrices a apoyar "la paz" en el País Vasco, cuando nunca aprovecharon su posición de privilegio para clamar contra el terrorismo allí, es cuando menos sorprendente. Una de las damas, Aitana Sánchez-Gijón, vertió ante la prensa internacional, en el festival de Berlín en 2003, que en España había censura porque se había criticado la gala del "no a la guerra si la hacen los EEUU". "No permito que se coarte la libertad de expresión", declaró. Pero de las cortapisas a esa libertad, y a otras, en el País Vasco, no dijo ni mu, ni entonces ni antes. Solamente una vez, presionados por el agudo contraste entre su beligerancia sobre Irak y su pasotismo ante ETA, Marisa Paredes y otros actores, fueron días después de aquella movida a manifestarse con ¡Basta Ya! ante el palacio de Ajuria Enea. Y "a título personal". Por si las moscas.

Ni entonces ni antes: tampoco ahora. La libertad no figura en el prontuario de las actrices de la rosa. Tan ausente está ese concepto de sus cabezas, que se revuelven contra la libertad de pensar que ese "proceso de paz" es un embeleco, una trampa y un subterfugio. Y no sólo pensamos eso algunos, sino que también decimos que ellas, que no han hecho nada por denunciar a ETA, se han acordado de la banda terrorista para contribuir al engaño. Y que lo hacen acusando de manera innoble, a los que se oponen a negociar y ceder, de desear que haya más víctimas. ¡Que se lo digan a la cara a los que ya han sido víctimas! Pero sin flores. Ni rosas ni alhelíes, ni violetas ni tulipanes. Sobra la escenografía de "Mujercitas", el estereotipo femenino y floral. Y si quieren hacer algo fuerte, vayan a lasherriko tabernasa convertir a "la paz" a la clientela. Les recomiendo que las acompañen los "compañeros varones".

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