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José Antonio Martínez-Abarca

El "massa" Obiang

Pero un presidente español ha sustituido a los belgas como recurso gracioso para terminar tertulias y veladas empapadas con beaujolais, como el ministro de Asuntos Exteriores Morán sustituyó a los de Lepe.

No recuerdo ahora la página, y sin duda el libro debe ocupar tal alto lugar en mi biblioteca que nadie, ni la mucama, ha alcanzado a consultarlo jamás (que diría irónico el erudito rector de Eton Montague Rhodes James) donde un castizo y casi anónimo escritor andaluz, a propósito de compilar las anécdotas de un conocido bar de Sevilla, relataba aquella del parroquiano más tieso que un atún al que convidaba a comer un desahogado señorito. "Mira, vas a tal sitio donde se come muy bien y dices que vas de mi parte. Pide lo que quieras, dos platos y postre, sin pasarte. También puedes acompañar con media botellita de fino, y que no falten el cafelito, el coñac del corriente y un purito pero que no sea muy caro, eh", venía más o menos a ordenarle el señorito al dignísimo pobre. "Mire usted, don tal, le agradezco la invitación pero no se la acepto". "Cómo, ¿y eso?". "Porque puedo estar lampando por los bares pero, sin que se moleste usted, usted manda en lo suyo y en mi hambre mando yo", respondió el segundo.

Es una pena que ese pelado tan antiguamente español no estuviera jaleando al dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, el otro día en Madrid. Cuando Obiang sacó el fajo de cincuenta mil euros ante sus seguidores (que mostraban tal entusiasmo que sólo podía ser ensayado) diciendo aquello del señorito sevillano, "tomad, para que os convidéis a lo que queráis, hombre, pero no os lo gastéis todo en vicios", debió salir alguno también con la respuesta ensayada: "Mire usted, don Teodoro, métase el fajo de billetes en la cuenta de las islas Caimán que le quepa, porque somos pobres pero en nuestra hambre mandamos nosotros."

Pero como en según qué ambientes africanos todavía tienen prestigio los "massas" de látigo bífido y algodonal, aunque ahora sean de color, en el hambre mandan todavía tipos como Obiang. En el hambre, en las vidas, en las haciendas y sobre todo en ese orgullo mísero sin el cual ningún pueblo se desarrolla y adquiere su libertad. No hay mejor ejemplo indiciario de la desastrosa descolonización del continente negro que el tratamiento que el reyezuelo de Guinea, que supongo no será antropófago sólo porque le gusta guardar la línea para vestir trajes occidentales, dispensa a sus súbditos: no desciende ni a tratarlos mal, sino que hace como si repartiera el aguinaldo navideño entre sus niños o rompiera el cerdito hucha del Domund.

Ni los caballeros supremacistas del Ku Klux Klan hubiese infamado mejor y más taimadamente a los negritos que aplaudían a su líder carismático. Desde que la mujer de la vida Eva Perón daba balones de fútbol a sus pequeños peronistas para que la recordaran siempre como el hada madrina con "frou frou" y todo, no se había visto nada tan humillante para los virtuales esclavos abandonados a su suerte por España, según costumbre del siglo veinte y de lo que llevamos de veintiuno. Vamos, lo de Obiang no se lo había visto ni al amo malo de Kunta Kinte.

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