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Fundación Heritage

El mal que hacen los hombres

Quien puede matar en semejante escala tiene que haber estado completamente absorto en su ego personal, un ego vacío de cualidades superiores como la empatía, la conciencia y la compasión.

Helle Dale

Las palabras parecen tan inadecuadas, pero desgraciadamente a menudo son lo único que tenemos para expresar el dolor, la rabia y la compasión que nos inundan cuando suceden tragedias como la masacre en la Universidad Politécnica de Virginia. Nos compadecemos de los estudiantes y de sus padres, que son los que han sufrido la peor pérdida, el dolor más grande que se le puede asestar a un ser humano. La tragedia que sacudió a los padres de los alumnos de la Universidad Politécnica de Virginia es la tragedia de toda la nación.

La desquiciada matanza acabó con la vida de más de treinta personas, la mayoría de las cuales eran jóvenes con futuro que seguramente no esperaban otra cosa que un día normal de clases y que sin duda alguna anhelaban la llegada del día de fin de curso. La inagotable energía, potencial, ganas de divertirse y de afectos que caracterizan a esta etapa de la vida en la que los jóvenes se preparan para enfrentarse al mundo y volar con sus propias alas no serán en su caso nada más que recuerdos para sus familias y amigos que los rememorarán una y otra vez.

En un momento en el que Estados Unidos está en guerra y profundamente implicado militarmente en Irak, se hace inevitable una comparación con las matanzas que son un hecho diario en la vida de los ciudadanos iraquíes. Sólo hace unos días, murieron sesenta personas cuando terroristas suicidas hicieron detonar sus cargas explosivas en una parada de autobús en Bagdad. Imagine nuestro horror si la matanza de la Universidad Politécnica de Virginia fuese algo que se repitiera en ciudades norteamericanas día tras día.

En circunstancias de pérdidas tan trágicas, es natural querer echarle la culpa a alguien. Somos criaturas compuestas no sólo por emociones sino también por un intelecto que, en aras de encontrar un significado a las cosas, exige equidad y justicia.

Desgraciadamente, tanto en Virginia como en Bagdad, es frecuente que el asesino despoje de la satisfacción de ver que se haga justicia a sus víctimas supervivientes, sean los heridos o las familias de los fallecidos. Los asesinos en masa como el de la Universidad Politécnica de Virginia tienden a suicidarse antes de enfrentar las consecuencias de sus actos. Obviamente esto es cierto también en el caso de los terroristas que se suicidan.

El asesino ha sido identificado como Cho Seung-Hui, de 23 años, estudiante de Inglés de cuarto año, que vivía en la zona. Su familia vive en Centreville y acabó la secundaria en Chantilly en 2003. Lo que le llevó a cometer un acto de maldad en estado puro como éste es algo que tomará tiempo desentrañar, si es que alguna vez conseguimos encontrar una respuesta.

Sin embargo lo que queda claro –por definición– es una total falta de aprecio por la vida humana, así como de respeto por el sufrimiento de los demás. Quien puede matar en semejante escala tiene que haber estado completamente absorto en su ego personal, un ego vacío de cualidades superiores como la empatía, la conciencia y la compasión.

Despojados incluso de la inadecuada fuente de consuelo que nos da la justicia, acabamos buscando a qué otro echarle la culpa. La primera reacción en la masacre de la Universidad Politécnica de Virginia ha sido la de acusar a la dirección de la universidad, que no informó a alumnos y profesores de que se habían cometido dos homicidios en la residencia estudiantil West Ambler Johnston a las 7:15 de la mañana, donde un asistente estudiantil y una alumna fueron asesinados.

Aunque la policía del campus cerró el acceso a ese edificio de forma inmediata, no hubo ninguna notificación generalizada; una alarma de ese tipo podría haber ayudado a detener al asesino allí mismo y treinta vidas se habrían salvado. El rector de la universidad Charles Steger ha dicho que la policía del campus creía que el asesino había huido del escenario del crimen y que ya no estaba en el campus. Esa presunción fue un error fatídico. No fue hasta las 9:50 de la mañana cuando se envió una alerta vía correo electrónico a la comunidad universitaria avisando que "había un hombre armado suelto por el campus". Sólo unos minutos después empezaron los disparos en un aula de Norris Hall donde el asesino atrapó a sus víctimas dentro de clase.

¿Se le puede atribuir culpa a la dirección de la universidad por su proceder? Las decisiones que tomaron sí parecen incomprensibles a la vista de lo que sucedió a continuación. Ciertamente se justifica que haya una investigación más profunda de esos hechos. Se trata de una tragedia para la comunidad universitaria en su totalidad.

En lo que se refiere a la política exterior estadounidense e Irak, cada vez que hay un acto de violencia se le echa la culpa invariablemente a la Casa Blanca y al presidente Bush. A medida que la situación se ha ido tornando más difícil en Irak y la violencia sectaria ha aumentado, se tiende a que Estados Unidos cargue con la culpa en vez de asignársela a los perpetradores de la violencia.

Mientras la nación americana llora por tantas vidas jóvenes perdidas, es de suma importancia que recordemos quiénes son los verdaderos culpables: aquellos para los que la vida de sus semejantes no significa nada en absoluto a la hora de descargar en otros su ira contra el mundo.

©2007 The Heritage Foundation

* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dalees directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de laFundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en elWall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional enCNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

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