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Gordon Brown, ¿una cuestión de carácter?

Quizá la impopularidad de Brown sea la oportunidad perfecta para que los Tories recuperen el discurso cabal del Estado limitado y abandonen su triste deriva hacia lo políticamente correcto.

Gordon Brown, Ministro de Finanzas británico desde 1997 y responsable de que la carga impositiva de los ciudadanos de la isla no haya hecho sino aumentar en los últimos años, será a partir de esta semana el encargado de conseguir una cuarta e inédita victoria consecutiva del Partido Laborista.

Con las encuestas en su contra, especialmente en Inglaterra, donde los conservadores vuelven a ser la primera fuerza política tras las humillantes derrotas de los años noventa, Brown se ha embarcado en una gigantesca campaña de relaciones públicas. Nuevo y favorecedor corte de pelo, sonrisa beatífica y mensajes conciliadores dirigidos a lavar su imagen de hombre duro, autoritario  -“estalinista” es el término más usado por sus críticos dentro del laborismo- y situado netamente a la izquierda de la Tercera Vía de Blair.

Mucho ruido y pocas nueces, aparte del anuncio oficioso de retirada de las tropas británicas de Irak antes de la primavera de 2008 y su promesa de no subir los impuestos. En definitiva, una línea continuista y guiños a la izquierda con la que pretende mantener el menguante apoyo a su partido entre la clase media y al mismo tiempo recuperar parte del voto izquierdista perdido a causa de la controversia sobre la guerra de Irak.

Sin embargo, es muy difícil que Brown reedite la amplia coalición social que ha mantenido al laborismo en el poder durante más de diez años. Su distanciamiento de lo que la mayoría de la opinión pública británica considera los mayores errores de Blair –Irak, corrupción, deterioro de los servicios públicos- no es lo suficientemente amplio como para que el nuevo Primer Ministro represente un cambio. Por otra parte, su fama de hombre arrogante y autoritario juega en beneficio del candidato conservador, David Cameron, quien pese a su giro a la izquierda ofrece en estos momentos la única posibilidad de cambio real para los británicos.  

En el peor de los casos, las próximas elecciones británicas serán una cuestión de imagen entre un socialista centrado y un conservador escorado hacia el progresismo blando, ambos defendiendo políticas muy parecidas en asuntos como la educación, el medio ambiente y la Unión Europea. No obstante, quizá la impopularidad de Brown sea la oportunidad perfecta para que los Tories recuperen el discurso cabal del Estado limitado y abandonen su triste deriva hacia lo políticamente correcto. ¿Optará Cameron por “poner agua clara por medio”, como dicen los ingleses, entre sus propuestas y las de Brown, o seguirá jugando a ser la no alternativa de una política cuyas sombras van poco a poco ahogando sus luces?

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