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Juan Carlos Girauta

Otra vuelta de tuerca

También recuerdan a uno de esos psicópatas violadores: "Si es por tu bien, si te va a encantar..."

Al hermanísimo Ernest Maragall le ha correspondido el triste privilegio, como conseller de Educación de la Generalidad, de explicitar los más frankensteinianos planes de ingeniería social: la inmersión lingüística conocida da un paso más allá y se sale del aula.

Lo único que diferencia a un socialista catalán de un totalitario en desfile y con antorchas es el tono del discurso, más repugnante acaso por revestir de paternalismo la intromisión de lo público en la esfera privada, la supremacía de lo colectivo sobre lo individual. Así, sostiene el clon de don Pasqual que la ofensiva –que empieza con la formación de 3.000 profesores como punta de lanza de los nuevos planes de conculcación de derechos– busca en realidad "la adhesión voluntaria, sensible e inteligente del alumnado".

Teniendo en cuenta que se trata de torcer la voluntad de los infantes para que no deseen hablar en castellano en el patio o en la calle, las adhesiones voluntarias de Maragall Segundo, la sensibilidad e inteligencia que espera del alumnado, despiden un hedor estaliniano o fascista que marea. También recuerdan a uno de esos psicópatas violadores: "Si es por tu bien, si te va a encantar..."

"El propio concepto de inmersión lingüística se deberá adaptar al nuevo escenario", arguye el hombre mientras invoca el paso, en siete años, del 2’18 % de inmigración en Cataluña al 12’65 %. Pero la mejor adaptación al nuevo escenario sería renunciar a los sueños del nacionalismo, que son las pesadillas de los hombres libres, y cumplir de una maldita vez con el papel que espera de la escuela catalana cualquier mente no contaminada de salmonella romántica: una educación de calidad en las dos lenguas oficiales de Cataluña.

Antonio Robles lo ha clavado: "racismo cultural enmascarado" a partir de "derechos históricos predemocráticos que persiguen la limpieza lingüística". Como en la locura siempre se puede ir un paso más allá, los socios separatistas de Maragall Segundo le instan a "evaluar" los usos idiomáticos fuera de las aulas (un archivo de desafectos recalcitrantes) y a exigir al personal no docente (también) el dominio del catalán.

Tales anhelos desbordan, por supuesto, lo estrictamente lingüístico y abundan en el despliegue de un relato diseñado para el odio de lo español. He ahí el principal pecado del nacionalismo, cuya primera víctima es –ah, paradojas– el propio idioma catalán: la identificación indisoluble de una lengua con una ideología. Salvajes. Anticatalanes.

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