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Juan Morote

Cocinando recuerdos del debate

Por lo que respecta a la actitud global de José Luis Rodríguez, se recodarán sus mentiras flagrantes, la mala educación, sus continuas interrupciones, su bajeza moral, su carencia de talante y, cómo no, la complicidad vomitiva de la supuesta moderadora.

John F. Kennedy, por el Partido Demócrata, y Richard Nixon, por el Republicano, protagonizaron en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de 1960 el primer debate televisado; concretamente el 26 de septiembre y ante setenta millones de espectadores. De él salió victorioso el senador de Massachusetts contra todo pronóstico, ya que Nixon venía de ser el vicepresidente de Eisenhower. La carencia de maquillaje de Nixon o su mal afeitado, frente al aspecto y modales de galán de J. F. K., propició que los espectadores de la televisión dieran como ganador a Kennedy, aunque Nixon fue el vencedor en las encuestas de los oyentes radiofónicos.

En el debate del lunes, observamos dos actitudes claramente diferenciadas. Para apreciarlas convenientemente, recomiendo a todos los lectores que cojan el video del programa de la página de Libertad Digital, le quiten la voz y miren con atención a los dos candidatos durante diez o quince minutos. Observarán a un Rajoy mucho más relajado, con gestos más pausados, con la mirada más serena; por el contrario, contemplarán a un José Luis Rodríguez alterado, con mirada desafiante, gesticulando de forma brusca y en ocasiones descompuesto. Todo esto conforma lo que se llama "comunicación no verbal", que cala de forma inconsciente en los telespectadores, como muy bien saben los analistas de ambos partidos.

Por lo que respecta a la actitud global de José Luis Rodríguez, se recodarán sus mentiras flagrantes, la mala educación, sus continuas interrupciones, su bajeza moral, su carencia de talante y, cómo no, la complicidad vomitiva de la supuesta moderadora.

No obstante, el efecto del cara a cara no es inminente, ya que hasta la votación transcurren trece días desde el primer debate y seis desde el segundo. A partir de hoy, vamos a contemplar un espectáculo que podríamos denominar "la deconstrucción" del debate, si nos sirve el término culinario importado de la lingüística derridiana. En cocina, "deconstrucción" es el resultado que se produce cuando de un plato claro y meridiano, cogemos sus ingredientes los sometemos a tratamiento, los presentamos de forma peculiar y vagamente acaban por recordarnos al plato original. En nuestro caso, los "deconstructores" del debate serán los correveidiles del poder y siempre agradecidos recipiendarios de la consigna.

Los telespectadores del mano a mano, pasados unos días, no recuerdan más allá de dos o tres cuestiones. Creo que la primera la constituyó el modelo de Estado: Rajoy planteó una España más cohesionada, más homogénea, con un concepto único de nación, entendiendo por tal la reunión de todos los ciudadanos españoles, libres e iguales; en contraposición a la descomposición indolente de la España de ZP.

La segunda cuestión ha sido el problema de la economía: frente a un modelo que apuesta por la iniciativa individual, la libertad y que plantea la reducción de impuestos; José Luis Rodríguez plantea un keynesianismo trasnochado, consistente en un papá-Estado para solucionarlo todo, pues parte de la premisa de que los ciudadanos somos una panda de incapaces.

Y en tercer lugar, han planteado dos modelos de afrontar el problema del terrorismo: Rajoy ha optado siempre por la lucha policial y judicial; mientras que Zapatero ha preferido mantener abierta la puerta de la negociación, incluyendo la política. A Rajoy solo le faltó haberle espetado a Zapatero: "Lo que sabe usted de terrorismo, lo aprendió, en su etapa de sumisa aquiescencia, cuando era diputado del partido que sustentaba al gobierno del GAL." De esto también nos acordaríamos.

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