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Cristina Losada

Afianzar la conquista

Que las mujeres tienen capacidad para ocupar cualquier cargo público es una evidencia tan contrastada que resulta ofensivo ponerla en duda. Pero eso es justo lo que hace Zapatero.

Los que pensaban que Zapatero habría aprendido de la experiencia han de caerse del guindo. No sólo porque mantiene en su nuevo Gobierno a algunos de los peores elementos del precedente, sino también por el cariz de las novedades y el bombo acompañante. Hay un papanatismo de la novedad que el dirigente socialista explota con cierta astucia, pero que él mismo sufre. Como si olvidara que ha gobernado cuatro años, presentó su gabinete con dos notas: "modernizador" en general y con "valor pedagógico" en el apartado femenino. Una confesión implícita de que no pudo modernizarnos en la primera fase ni demostrar tampoco que las mujeres valen tanto para un roto en Vivienda como para un descosido en Defensa.

La modernidad socialista es una antigualla que ya salió del cofre en los tiempos de González, esa época en que el PSOE se convirtió en el corazón de la democracia, como gusta de decir su heredero. Eso sí, un corazón podrido, que acabó con el imperio de la ley, la separación de poderes y el contenido de la caja. Zapatero quiere hacer creer a estas alturas que España aún tiene que subirse al tren de la modernez, que ahora es un alta velocidad donde se llevan las gafas de Pepiño, se habla de diversidad en la unidad o viceversa, se recitan mantras como la paz y el cambio climático y las mujeres son ministras como si fueran hombres.

Que las mujeres tienen capacidad para ocupar cualquier cargo público es una evidencia tan contrastada que resulta ofensivo ponerla en duda. Pero eso es justo lo que hace Zapatero. Se arroga, de nuevo, el papel de emancipador de las mujeres. Su orgullo por colocar a una señora en la cartera de Defensa apesta, como poco, a paternalismo. Tanto esa decisión como la creación del nuevo Ministerio de Igualdad huelen a camelo propagandístico destinado a afianzar la conquista de las féminas que, por lo visto, han sido bastante sensibles al empalagoso halago del presidente y su cortejo. El fracaso sin paliativos de la supervanguardista Ley contra la Violencia de Género ya tiene tapadera. Si los viejos totalitarismos montaban el Ministerio de la Propaganda, ahora se hace propaganda con los ministerios.

La perversión de la noción de igualdad está firmemente implantada en el zapaterismo. La igualdad ante la ley ni está ni se la espera. Se la han cargado. Cuando nombran la igualdad sólo se refieren a la de hombres y mujeres. Pero, de hecho, promueven la desigualdad que impone y perpetúa la discriminación positiva. Como nadie se atreve a explicar que siempre perjudica a sus presuntos beneficiarios, tienen el campo libre. No necesitan las mujeres valedores ni defensores, sino igualdad de oportunidades. Como cualquiera. Y no forman ningún colectivo por su sexo. Al contrario de lo que pensaba Casanova, no todas las mujeres son iguales. Ni se encuentra la medida de sus diferencias en la campana, el diábolo y el cilindro.

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