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Alfred Subirana

Los catalanes y las armas

Acabar con el museo militar de Montjuïc no es simplemente eliminar un centro de cultura sino también negar lo que ha sido Cataluña.

Este fin de semana tuvo lugar en Barcelona uno de esos actos esperpénticos a los que tan acostumbrados nos tiene el naciprogresismo catalán. Fue la toma de la fortaleza de Montjuïc por parte del "pueblo catalán". Este recinto, antiguo museo militar, se convertirá después de esta nueva "reconquista popular" en un centro dedicado a la exaltación de la paz y a la alianza de civilizaciones. Dos palabras muy utilizadas por esa elite política que nos quiere hacer creer que forman parte de la historia catalana, demostrando así un desconocimiento supino de la misma.

Los catalanes siempre fueron grandes amantes de las armas y de ello dieron buena cuenta los primeros reyes borbones. El duque de Berwick, el gran conquistador de Barcelona, tuvo que utilizar todas sus tropas (40.000 hombres) para hacer rendir la ciudad de Barcelona, defendida por unos 5.000. En un primer momento, sus sucesores prohibieron todo tipo de armas, incluso llegando a encadenar los cuchillos de cocina a la pared para evitar que fueran utilizadas como tales. Pronto descubrieron que esto no servía de nada y que los catalanes seguían comprándolas a escondidas, de modo que finalmente decidieron aprovecharlo.

Conociendo el poco amor que los catalanes sentían por la disciplina y las unidades regulares, los reyes del siglo XVIII los enrolaron en unidades de voluntarios de infantería ligera, dedicadas al hostigamiento de las unidades regulares enemigas. Las armas largas de estas unidades eran diferentes a las de las unidades regulares. En los registros de armas se distingue entre escopetas para tropas catalanas y fusiles para unidades regulares y serían las primeras las que se acabaron imponiendo en el ejército español.

Durante la guerra de la independencia y las guerras carlistas se siguió reflejando ese amor de los catalanes por las armas y sólo será a partir de la segunda mitad del siglo cuando esta pasión empiece a desaparecer.

Las características de la sociedad catalana son las de un pueblo acostumbrado a defenderse de los ataques exteriores, franceses y turcos, pero que aprecian el sentido de la paz, no la paz de nuestro políticos, sino la paz entendida como la agustiniana tranquilidad en el orden. Una paz que no evitaba tomar las armas para defenderse cuando se rompía el orden tradicional de la sociedad catalana.

Acabar con el museo militar de Montjuïc no es simplemente eliminar un centro de cultura sino también negar lo que ha sido Cataluña. Otra vez más, estos naciprogresistas demuestran que desconocen nuestra historia real y que nada quieren saber de ella. Autoproclamados defensores de los catalanes, si les es necesario no dudan en eliminar su pasado.

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