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Juan Carlos Girauta

El líder que no pudo ser

Le quedaba a Rajoy un hueso demasiado duro de roer, gran amenaza que lo sobrevuela, alguien dotado de lo que a él le falta: empuje, valor, ideas, proyecto, resultados de gestión y poder institucional, Esperanza Aguirre.

"Me comprometo a garantizar la unidad y la cohesión de este partido", proclama Rajoy tras podar el PP de alternativas. El congreso amañado de Valencia, el de los figurantes, dejó algunas dudas. ¿Se conmovió Rajoy? ¿Quedó convencido de tener el apoyo de la gran mayoría de su gente? El aplauso, entrega incondicional y voto de quienes fueron colocados ahí para aplaudir, entregarse y votar lo mandado, sólo podría conmover a alguien con doble personalidad. No es el caso. No veo a Mariano 1 colocando taimado las trampas y a Mariano 2 ignorándolo y dando por genuino, limpio y espontáneo el resultado.

Se puede liderar un partido por la vía decente del aglutinamiento, de la fusión de anhelos y expectativas en un proyecto atractivo. O se puede transmitir el mensaje de que apoyarle a uno conviene a los intereses del subordinado y que no apoyarle equivale a salirse de la pista. "¿Y qué harás?" –le pregunta Rajoy con doble y triple intención, subrayando la amenaza implícita, a María San Gil cuando ésta rechaza la ponencia que le han preparado con crueldad mental y luz de gas. El líder es Aznar, que en vez de preguntarle a San Gil lo que hará y dejarla a la intemperie, le cuenta lo que hará y le da cobijo.

Tras la limpia en Cataluña y País Vasco, tras la purga del aparato y la patada a cuantos pudieran hacerle sombra o contrariar la filosofía p’ayudar, le quedaba a Rajoy un hueso demasiado duro de roer, gran amenaza que lo sobrevuela, alguien dotado de lo que a él le falta: empuje, valor, ideas, proyecto, resultados de gestión y poder institucional, Esperanza Aguirre. En cuanto la ha visto en el punto de mira de El País, no ha podido vencer la tentación de aportar su granito de arena al entierro dando a Prisa más crédito que a ella: "Rodarán cabezas". Queda al descubierto su deseo apremiante de cortar la dorada testa que le inquieta. Gallardón se ha encargado de los coros fúnebres, interpretando con vigor y convencimiento la letra cebrianesca. Pero, ¡oh! Se han precipitado. El País entra en contradicción, se rila, cae en el ridículo. Esperanza va a ganar el pulso a Prisa y, de rebote, a sus frustrados enterradores: el alcalde y el líder que no pudo ser. Ya sabía ella, cuando la farsa de Valencia, que este líder se caía solo.

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