Uno de los episodios más sangrientos y espeluznantes que me afectó de manera más considerable fue el de la Guerra de los Balcanes, o de la ex Yugoslavia, como prefieran denominarla, es lo de menos. Supongo que la proximidad geográfica, la huella todavía presente de Roma y Bizancio o el cercano sabor de la costa dálmata han sido factores decisivos.
Como lo fue el hecho de que tan sólo unos años antes, Sarajevo acogiera los XIV Juegos Olímpicos de Invierno. Ni uno sólo de los atletas que desfilaron entonces en nombre de Yugoslavia, ovacionados y aplaudidos de manera unánime, hubiera podido pensar que no mucho tiempo después el Estadio Olímpico serviría como enorme recinto para clasificar a todos sus hermanos fallecidos tras una ofensiva brutal, en pleno proceso de destrucción y desintegración en las permanentes contiendas para garantizar nuevos Estados, étnicamente puros, limpios de todo rastro de otro pueblo, de otra creencia, de otra religión.
La idea de una Gran Serbia de Milosevic mientras arengaba a las minorías serbias repartidas por las diferentes repúblicas yugoslavas y la posterior declaración de independencia de Croacia y Eslovenia, dieron paso –entre otros muchos factores mal cosidos a lo largo de su historia– a una guerra civil sin igual. En una primera fase, croatas y serbios se disputan los territorios de mayoría serbia y más tarde se asiste en Bosnia-Herzegovina a otro espectáculo sangriento protagonizado por los enfrentamientos entre ortodoxos, católicos y musulmanes en otra batalla especialmente complicada y cruel donde los aspectos religiosos y étnicos prevalecen por encima de cualquier otro.
Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, y la todavía entonces Federación Yugoslava (Serbia y Montenegro, y Kosovo) decidieron emprender rumbos diferentes. El resto de la historia lo hemos estado viviendo muy recientemente. Por el camino, miles de muertos, violaciones, mutilaciones, familias desintegradas, divididas y repartidas por mini fronteras en un lado y otro. Llanto, humillación, desesperanza e incomprensión.
La primera ocasión que pisé Croacia y Montenegro y sus bellos paisajes de interior, me sorprendió notablemente la aparente ausencia total de rencor. No había pasado casi un suspiro desde que se mataran entre ellos y ya te mostraban su más amplia de las sonrisas y te contaban lo triste que había sido pero las ansias de inmediata recuperación en todas sus vertientes y las tremendas ganas de mirar hacia adelante sin apenas echar una mirada de reojo atrás. Estupefacción absoluta, no les voy a engañar.
En ese primer viaje coincidí en el avión de ida con un equipo de baloncesto que había estado disputando un partido con el Barça; recuerdo perfectamente a un jugador del Cibona Zagreb, que me tenía algo achuchada por sus dimensiones, con el que iniciamos una conversación bastante trivial, la típica que se puede producir en un trayecto de una distancia media. Al relatarle los planes que tenía diseñados para recorrer Croacia de norte a sur, en vehículo, yendo primero por la costa y regresando por las montañas, el jugador en cuestión continuaba hablando de Yugoslavia, sin parpadear.
Pero lo realmente reseñable en los últimos tiempos es la entrevista que La Contra de La Vanguardia hace a un neurocirujano que estuvo ejerciendo durante toda la guerra de los Balcanes y que actualmente se encuentra en Belgrado construyendo un centro de medicina privada, que pretende convertirlo en uno de los referentes de toda Europa.
El médico, Svetomir Ivanovic, nacido en Kosovo, pero que se sigue considerando serbio, como otros tantos que conocí en Montenegro, va relatando a lo largo de una magnífica charla con el periodista Lluis Amiguet sus experiencias en la guerra, como sanitario, como hombre, como serbio.
La publicación sería por primavera, ésta primavera, y no puede tener un final más escalofriante y francamente preocupante. Desde entonces, he vuelto a ella en reiterados momentos.
Cuando explica el proyecto que tiene entre manos, apunta lo siguiente: "Ojalá pueda acabarlo, pero me temo que esta paz es inaceptable para los serbios". Nada he visto escrito al respecto después de estas inquietantes palabras pero no sé a ustedes, a mí se me ponen los pelos de punta. Veremos si el volcán sigue dormido y apagado y por cuánto tiempo. Continuará.

