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David Jiménez Torres

España según el fútbol

El Madrid es el mejor ejemplo de esa España que no sabe venderse, que no sabe cómo plantar cara a la historia negra y a los peores tópicos creados por sus enemigos: a ambos les echan en cara el mismo nombre, y ellos se lo creen.

Ante el madridista afincado en Barcelona, y gracias al oligopolio televisivo que roba el deporte de masas a aquellos que no apoquinen para Prisa o Mediapro (nunca está de más denunciarlo), se extendía ayer un panorama bastante descorazonador. O ver el partido en casa confiándose a los dioses del streaming, o afrontar el hervor hostil de los bares. Buf. Uno entiende que en una ciudad que no es la propia no puede aspirar a ser bien recibido en los bares cuando el equipo local juega contra el suyo, pero el clamor unánime contra un equipo que sientes como propio, oír expresiones de júbilo en tus momentos más bajos, tener que reprimir las tuyas hasta en los más altos, es un calvario anímico difícil de soportar. La opción de apuntarse a locales del Espanyol o de las peñas madridistas de la ciudad se disolvía al otro lado de una línea de teléfono: "Pues es que estamos hasta la bandera...". Penúltima opción: ir a los pubs de extranjeros, sobre todo a los irlandeses, que con su larga tradición de exilio seguro que saben acoger a un extranjero en su propia tierra.

Craso error. Los pubs, hirviendo de barcelonismo: más color azulgrana sobre las pieles pálidas y pastosas que sobre las tersas y oliváceas. Hombres sorbiendo Guinness con la bufanda blaugrana anudada al cuello, mientras sus novias y esposas miraban en la guía qué charming casa Gaudí ver al día siguiente. Americanos que casi no entendían las reglas del deporte ("honey, ¿qué quiere decir que le hayan sacado una amarilla?" "que el jugador se tiene que ir diez minutos del partido" "¿luego vuelve?" "sí, sí"), bramando con cada ocasión de gol del Barça, enronqueciendo con el gol de Ibra, entonando cánticos al final del partido. Ya saben, el clásico "Baghsa, Baghsa, Baaaaaghsa". El balance de clásicos de los últimos cinco o seis años puede estar más o menos igualado: pero en proyección e imagen internacional, el Barça le ha ganado al Madrid por goleada.

Barcelona y Madrid eran ayer fieles reflejos de Cataluña y España. El Barça sirvió de ejemplo de una Cataluña con talento y dinero y que se sabe vender al público internacional: un lugar fácilmente deslumbrante, encabezado por una ciudad mágica. El toque de Xavi e Iniesta fue ayer metáfora del simpático Bicing, las arrancadas y los quiebros de Messi parecían el vuelo de una moto por el Paseo de Gracia, la multiplicidad física de Puyol recordaba a la eterna muchedumbre de las Ramblas; el gol de Ibra, la limpia cuña de la Rambla de Mar. Una brillantez innegable a cuyo encanto contribuyen fáciles recursos de lo políticamente correcto: venderse como el último reducto del deporte popular ante el imperio del talonario, publicitarse como el hermano menor oprimido injustamente por el favor del padre al hermano mayor, y, por supuesto, apelar al logo de Unicef, que aunque la mayoría de la gente no sepa muy bien qué es o qué hace esa organización, todos sabemos que es buena. Seguim.

Una brillantez y un talento enormes que disimulan (para los interesados o ciegos voluntarios, que viene a ser lo mismo) el liderazgo y las maniobras de unos dirigentes absolutamente radicalizados. Laporta es hoy la máxima expresión del histerismo y del recurso a las palabras-idea consagradas ("expolio", "opresión", "imperialismo") por el peor catalanismo; de acaparar todo lo bueno que pueda producir Cataluña para el provincialismo, de negarle a Cataluña su dimensión española sin renunciar a cobrar al socio extremeño su cuota mensual, de obviar el rumor de las urnas (¿recuerdan la moción de censura en que el 60,6% de los socios pidieron su dimisión?), y de soñar con un mundo en el que triunfe su particularitat. Su Barça es el mejor ejemplo de esa Cataluña brillante en trance de ser raptada por el nacionalismo más cerrado. Pero Villar le quiere y le necesita tanto o más que ZP a Montilla, así que, de nuevo, seguim.

Y el Madrid... el Madrid es el mejor ejemplo de esa España que no sabe venderse, que no sabe cómo plantar cara a lahistoria negray a los peores tópicos creados por sus enemigos: a ambos les echan en cara el mismo nombre, y ellos se lo creen. Es el Madrid reflejo de esa España que tiene un amplio respaldo popular pero no sabe hacerse visible, sentirse fuerte, librarse de una duda de legitimidad que lleva a la parálisis. Una España que no quiere dar la batalla de lo fácil y de la imagen, y que se resigna a perder adeptos. Una España que hasta cuando gana, parece que pierde, y que cuando pierde, se consuela con haber sido un buen perdedor. Una España "con cara de tonto". Casillas dixit.

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