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José Antonio Martínez-Abarca

"Test" de la aduana

Si impiden la entrada en Cuba y convidan a marcharse hasta al médico Yáñez, es que ya echan a cualquiera. A cualquiera que tenga existencia detectable por la dictadura.

Quien no tiene en su haber una expulsión en la aduana aeroportuaria de Cuba está claro que no es nadie. Menos que nadie. Políticamente, un diminuto insecto, una absceso perdonable, un parásito bonancible sólo susceptible de ser tenido en cuenta, ya que no respetado, por la secta de los jainitas indostánica, esos que barren con cuidado el suelo antes de pisar no sea que desgracien a algún microbio. Si no te paran ni en las aduanas comunistas, es que como liberalconservador ejerciente estás más acabado que los activos de Caja Castilla-La Mancha. Significa que como opinador político crítico con el castrismo estás en la parte de atrás de aquella lista que hacía cierto matador de toros: "después de mí, naide, y después de naide..." pues Luis Yáñez, eurodiputado socialista.

Si impiden la entrada en Cuba y convidan a marcharse hasta al médico Yáñez, guaperas de la foto del "clan de la tortilla" a quien visiblemente las autoridades de la dictadura no le agradecen haber pedido perdón por el genocidio español en América cuando los fastos del 92, en perfecta sintonía con las tesis al respecto de Fidel (y aún llevándolas más allá), es que ya echan a cualquiera. A cualquiera que tenga existencia detectable por la dictadura. ¿O habrán expulsado a Yáñez por la fama que arrastra éste de que, con su sola presencia, les podía hundir la isla?

Confieso que hace pocas fechas tuve curiosidad malsana por saber si el Régimen revolucionario cubano me había leído un poco mejor que los expendedores de los visados de su embajada en España, y me planté frente a la señorita de uniforme del aeropuerto José Martí en La Habana, quien me pedía con aburrida amabilidad, a través de una mascarilla de enfermería contra la "gripe A", que me mantuviera tieso frente a una especie de esfera espejada que colgaba del techo, y que te retrataba para la seguridad nacional. No esperaba que de pronto se presentaran dos servidores de la Revolución vestidos de verde perdicero para llevarme al primer avión de vuelta a la península, como a ese señor de media melenita del PP, Moragas, pero tenía la leve esperanza, no sé, de que al menos me riñeran un poco por lo que circula en internet con mi firma. "Bienvenido", me dijo la señorita de uniforme. ¡Bienvenido! ¿Cómo que bienvenido? Se trataba de un atropello indignante. Estuve por negarme a traspasar la vulgar puerta de oficina que me separaba de destino diciendo que se trataba de un error de seguridad interna incomprensible, que uno tenía cierto derecho a ser considerado poco simpático con la Revolución y que exigía mi cuota represiva, sin que se entusiasmaran tampoco. Mi físico estaba intacto, pero mi vanidad yacía fusilada. ¡Pero si habían expulsado a empellones hasta a Moragas, otro de los no sabe qué hacer para agradar a los que no le votarían nunca, mientras que uno nunca ha cuidado de resultar simpático!

Y ahora Yáñez, quien supongo habrá valorado en lo que merece el perdón oficial que hace ya casi veinte años emitió para consumo de un "socialismo bolivariano" que todavía no se había inventado. De Cuba ya están echando a todo el mundo. Algunos que pasamos inadvertidos hasta en aquella aduana tal vez no formamos parte de él.

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