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Serafín Fanjul

Desvelados (y desveladas)

Si una mujer, por propia decisión o sometida a la de su maromo, quiere cocerse en verano, es muy libre para hacerlo a base de saya y pañoleta, pero no en instituciones públicas, ni cubriéndose el rostro por completo.

En algunos países europeos se empieza, por fin, a legislar sobre el uso y abuso que de determinadas prendas está haciendo un número cada vez mayor de musulmanas. Un análisis global y objetivo muestra que, hasta la fecha, en el conjunto del mundo occidental no ha habido ninguna preocupación por la indumentaria de los recién llegados/-as, como corresponde a países –los nuestros– con sociedades abiertas y amplia tolerancia para con todas las creencias y costumbres. Al socaire de tal clima de libertad han proliferado velos (de verdad) y, lo que es peor, hábitos frontalmente contrarios no sólo a los nuestros –que lo son– sino lesivos de derechos humanos básicos, como la consideración de igualdad entre ambos sexos a todos los efectos, tanto en prerrogativas como en obligaciones (discriminaciones en horarios de piscinas, absentismo escolar de niñas, imposición de pañoletas a criaturas de ocho años), por no hablar de ablaciones, malos tratos, matrimonios forzados o poligamia, que son palabras mayores.

Bélgica y Holanda han abierto el camino y pronto les seguirá Francia. No para interferir en la vida y fe de ningún inmigrante, sino, muy al contrario, para defender los derechos individuales de muchos de ellos. O más bien de ellas. Las medidas propuestas son razonables: si una mujer, por propia decisión o sometida a la de su maromo, quiere cocerse en verano, es muy libre para hacerlo a base de saya y pañoleta, pero no en instituciones públicas, ni cubriéndose el rostro por completo, del mismo modo que se salvaguarda la integridad psíquica y hasta física de las niñas más pequeñas. Todo lógico y fácil de comprender.

Y como siempre que algún asunto se pone de moda por motivos lamentables, surge una pléyade de enterados dispuestos a aburrirnos la sobremesa o la velada nocturna. Y si con el Prestige brotó incontenible de la nada toda una legión de grandes expertos en oceanografía, ingeniería naval, meteorología, que dictaminaban –¡ y con qué autoridad!– las verdaderas medidas que debían haberse adoptado, con el denominado velo no se quedan atrás y nos aleccionan con sutiles alardes descriptivos acerca de niqab, burqu’, qina’, litam, tarha, melaya, saffé, hiyab, ‘abaya, shador, etc. Gracias a todos, pero no he visto a nadie que proponga una traducción razonable en español para hiyab. Se me alcanzan varias: toca, toquilla, rebozo, pañuelo, pañoleta o –si nos las damos de grandes entendidos– exhumaremos "almaizar". Si miramos en los diccionarios, saldrán más.

Pero dejemos la lexicografía. El problema, aquí y ahora, es qué piensan hacer el Gobierno y su partido en tan crudo asunto. Y la oposición. Si es que piensan algo, porque, en virtud de lo visto, la tónica es seguir la norma celtibérica de oro: no hacer nada de nada y dejar que los conflictos crezcan hasta estallar, cuando poner orden resulte mucho más costoso en todos los terrenos y ya se haya desarrollado una profunda fractura entre autóctonos y recién venidos. Hasta el momento, los indicios no son para estar tranquilos. Esperemos que un Rajoy en La Moncloa se vea inducido –le guste o no– a poner las cosas en su sitio. En este como en otros campos. Y, mientras llega el santo advenimiento, abramos los paraguas y soportemos el chaparrón de moritas de Pozuelo, de El Escorial o de Villaconejos.

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