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Juan Morote

Ingenuidad enfermiza

So capa de protestar contra el poder de la banca, lo injusto del reparto de la riqueza y un montón de tópicos más o menos al uso, han dejado entrever a la mínima el espíritu intolerante que caracteriza a cualquier agrupación de izquierdas.

La izquierda siempre se ha caracterizado por una sumisión acrítica a la obediencia de la consigna. Si esto lo contemplamos en España la borreguería todavía es mayor. El pasado quince de mayo surgió un nuevo movimiento de izquierdas, el autodenominado colectivo de indignados o movimiento 15-M. Este movimiento aglutinó a algunos descontentos de buena voluntad, atrajo la simpatía de un no despreciable número de buenitos, cuando realmente lo que encarnó fue un ensayo general de movilización de la izquierda ante su inminente derrota electoral.

Ahora, a falta de unos días para la visita del Papa, estos radicales han decidido que hay que intentar boicotear la llegada del Santo Padre. Me resulta patética la escena que componen. So capa de protestar contra el poder de la banca, lo injusto del reparto de la riqueza y un montón de tópicos más o menos al uso, han dejado entrever a la mínima el espíritu intolerante que caracteriza a cualquier agrupación de izquierdas. ¿Qué tiene que ver la venida del Papa a España con la crisis económica? Esto es lo que se preguntaría cualquier ciudadano normal. La respuesta es que evidentemente nada.

La estancia de Benedicto XVI en nuestro país no va a costar un euro al contribuyente; no se sufraga con las arcas públicas la venida del sucesor de Pedro, sino con el dinero de los peregrinos que asistiremos al encuentro. Quienes se adueñaron de los espacios públicos que tuvieron por conveniente durante los meses de mayo y junio, han juzgado intolerable que el Papa venga a España. Se trata de otro ensayo de lo que está por venir. A partir de la visita del Pontífice vamos a asistir a la exhibición de radicalidad propia de este tipo de aglomeraciones. La masa favorece el anonimato, el anonimato disipa el miedo propio de la cobardía, y el odio al régimen de libertades heredero de Roma y la Cruz aflorará en forma de turbas callejeras como las que se han producido en Londres, Liverpool o Manchester. Solo es cuestión de tiempo.

Mientras todo esto se cuece, el Estado se desmorona inexorablemente. Simultáneamente, los progres de izquierdas se deshacen en guiños a los radicales, y los de derechas, presos de una ingenuidad enfermiza, siguen pensando que en lugar de enfrentarse a un colectivo perfectamente organizado y presto para la acción, contemplan a un grupo compuesto únicamente por parados universitarios ansiosos por mejorar el sistema. Quo vadis Hispania?

En España

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