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Cristina Losada

La picaresca curricular del diputado

Algunos políticos se avergüenzan de no haber terminado sus estudios y se cuelgan medallas académicas que no tienen. Pero deberían avergonzarse de un deterioro de la enseñanza que ha conducido a que los títulos, los auténticos, no valgan nada

El igualitarismo ha dado todas las facilidades para que también el último de la clase sea orgulloso propietario de un título, por lo que es una rareza que tanto profesional de la política haya salido de la escuela y de la facultad sin conseguirlo. Parece imposible abandonar las aulas desprovisto de titulación cuando hasta las becas se mantienen, como hemos sabido por el ministro Wert, sea cual sea el rendimiento académico. Pero los hay que lo logran, a fin de cuentas son políticos, y no vamos aquí a reprochárselo. Sí, en cambio, que planten en sus biografías oficiales u oficiosas, títulos y méritos de los que carecen.

El fenómeno del político zurupeto que se inventa carreras y del aficionado a tunear su currículo no es novedad, ni mucho menos. Lo nuevo es que, al fin, haya despertado la atención de esa parte de la prensa que ha pasado del banco azul al gallinero. Ha sido allí noticia muy exitosa que las fichas parlamentarias de un flamante secretario de Estado, Tomás Burgos, le hicieran pasar por médico. Ah, era la prueba definitiva de que Rajoy no había elegido a the best and the brightest. Por contra, que a Elena Valenciano le adjudicaran dos carreras que no posee cuando fue diputada europea, era solamente un error de traducción. Para mí, dicho sea de paso, Valenciano se equivocó de bando. ¡Tenía que haber estado con Chacón! Pues don Alfredo es realmente doctor en Químicas, mientras que doña Carme dejó que se le atribuyera un doctorado. Encaja mejor en el sector del PSOE que “tiene estudios de”, que en el sector de los que han estudiado.

La picaresca curricular del diputado puede que sea un reflejo del fetichismo del título universitario que padecemos en España. La legítima preocupación y el encomiable esfuerzo por proporcionar una formación superior a mucha más gente de la que accedía antes, derivó en algún momento de poner énfasis en la formación a ponerlo en el título. Ahora tenemos muchos títulos, pero poca formación. Y esa anomalía se corresponde con la inversión de los términos del sistema educativo, que pasó a garantizar la igualdad de resultados en lugar de garantizar la igualdad de oportunidades. Algunos políticos se avergüenzan de no haber terminado sus estudios y se cuelgan medallas académicas que no tienen. Pero deberían avergonzarse de un deterioro de la enseñanza que ha conducido a que los títulos, los auténticos, no valgan nada.
 

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