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Asís Tímermans

La huelga y el Gran Despedidor

Empresarios y trabajadores son a veces malvados e injustos, y con frecuencia bondadosos. La base de la prosperidad es que sean libres para alcanzar sus objetivos mediante el libre intercambio de bienes y servicios

La Huelga es una de las más influyentes novelas norteamericanas del Siglo XX. Su trama es de actualidad: en unos Estados Unidos sumidos en profunda crisis, un grupo de personas se propone paralizar la nación mediante una huelga indefinida. No solo abandonan el trabajo: desaparecen sin dejar rastro. El éxito de su huelga es completo: la Economía, ya deteriorada por un Gobierno asfixiante, se derrumba ante la ausencia de sus elementos más dinámicos. En una de las escenas finales, mientras sobrevuelan la capital económica del mundo, los protagonistas observan impresionados cómo sus luces se apagan súbitamente. La ficción anticipó lo que, años después, sería llamado "apagón de Nueva York".

La Huelga General convocada para el 29 de marzo pretende también - aunque solo durante  un día- paralizar la sociedad española. Pero sus promotores no han reflexionado, quizá, sobre qué es lo que la mueve. ¿Cuál es el motor de nuestra economía? ¿Quiénes impulsan su progreso? La famosa novela americana ahonda en ello: quienes sostienen la sociedad no tienen fuerzas ilimitadas. Cada dificultad añadida – impuestos, regulaciones, descrédito - les obliga a trabajar un poco más duro. Llegado un límite, no les merece la pena: la Huelga – abandonar - es la única solución.
Un líder sindical madrileño incidió en ello hace unos días. Acusó a un importante empresario de “gran despedidor”. Pero un malvado capitalista, por malo que sea, no puede despedir a más personas de las que contrató. Necesita ser, previamente, un "gran contratador".

Siempre hay personas con iniciativa, ideas y capacidad de convertirlas en realidades. Para alcanzar sus objetivos colaboran con otros: reúnen conocimiento, esfuerzo y medios. El contrato de trabajo es solo una de las formas en la que dos partes colaboran para producir bienes y servicios, y así alcanzar cada uno sus objetivos.
Un empresario no es admirable por contratar trabajadores, ni despreciable por despedirlos. Puede acertar o errar en ambos casos. Pero la relación laboral no es un "juego de suma cero": ambas partes obtienen una utilidad mayor que la del dinero o el trabajo que dan a cambio. Es el motivo de todo intercambio. Marx nunca lo entendió, y por eso se empeñó en ver robo y explotación en toda relación en la que alguien ganaba algo.

Cualquier esfuerzo libre se hace por interés propio, sea éste sobrevivir, enriquecerse, despertar envidia, huir del tedio, conquistar una pareja, beneficiar a los pobres... Empresarios y trabajadores son a veces malvados e injustos, y con frecuencia bondadosos. La base de la prosperidad es que sean libres para alcanzar sus objetivos mediante el libre intercambio de bienes y servicios. Restringirla – por el bien público, como toda restricción - disminuye la prosperidad.

La novela, aunque centrada en la figura del empresario, incluye a los que muestran iniciativa y gusto por el trabajo bien hecho. A quienes mueve, en palabras de un sabio escocés, el deseo de “mejorar su condición”. Así mejoran la de todos.
Es la clave de que La Huelga fuese un "best seller" en Estados Unidos. No su rotundo ateísmo, antipático allí; ni su liberalismo radical, rechazado por los grandes partidos; ni su racionalismo extremo, ajeno a la tradición liberal anglosajona. La Huelga ensalza a los que se esfuerzan por mejorar. Profesionales, pequeños empresarios, trabajadores… También "grandes despedidores".

Por sugerencia de su marido, la autora cambió el título original del libro. En vez de La Huelga, Ayn Rand lo llamó Atlas Shrugged (Atlas se encogió de hombros, o La rebelión de Atlas, como también ha sido vertida a la lengua española). Muchas de sus enseñanzas son discutibles. Pero serían útiles para aquellos que –como nuestros sindicalistas- no entienden cuál es el motor que todos los días –no solo el 29- mueve nuestra sociedad.
 

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