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Cristina Losada

El PSOE y una vieja casete

Mientras gobernaron, nunca le dijeron no a Merkel ni propusieron alternativas. Y quieren que Hollande sea su ariete. Contra Rajoy, por supuesto.

La Historia, según todos los indicios, no tiene libreto, pero el socialismo español dispone de un sucedáneo: una insufrible tendencia a repetirse. El síndrome del ajo progresista. Su júbilo ante la victoria de Hollande sonaba tanto a vieja cassette, que una esperaba que Rubalcaba y Valenciano salieran de la fiesta francesa en Ferraz embutidos en chaquetas de pana. Qué momento para la nostalgia. Cuando el triunfo de Mitterrand llenó de grandes esperanzas, tremenda ilusión, a una izquierda española que mutaba, sin muchos traumas, de la lealtad al PCE a la fidelidad al PSOE. Era una izquierda que aún estaba, metafóricamente, en la calle, pero pugnaba, y vaya si pugnaba, por el bautizo del poder. Aquella catarsis precedió en solo un año a la conquista de La Moncloa, y nuestros socialistas están tan exultantes por su afán de creer –o hacer creer– que la historia se repite dos veces, ignorando la corrección que Marx le hizo a Hegel en ese punto: en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, justamente.

El intento de recrear aquel "efecto Mitterrand", treinta y un años después, en contexto por completo distinto, ¡con Hollande!, con el PP recién llegado al Gobierno, tiene su mérito por lo imposible, pero también da un poquito de vergüenza ajena. Y aun dejando de lado el papanatismo de ese arrobamiento. Qué dispendio de azúcar glasé. Y de tinta de calamar. Porque la cúpula socialista que se declara ahora ferviente partidaria de un cambio en la política de austeridad y ve en Hollande al laico San Jorge que batirá al dragón Merkel, no era muy diferente de la que aceptó sin rechistar aquella política. Incluso se avino a introducir en la Constitución el equilibrio presupuestario, algo que "el hombre normal" que ha ganado en Francia avisó, desde la oposición, que no haría. Mientras gobernaron, nuestros socialistas nunca le dijeron "no" a Frau Merkel ni propusieron alternativas. Y quieren que Hollande sea su ariete. Contra Rajoy, por supuesto. Manca finezza.

Las elecciones francesas han sido, por lo visto, una prueba de vida. Los agoreros habían dado por muerta a la socialdemocracia y, mírenla, vivita, coleando y en el Elíseo. ¿Muerta? Todo el mundo sabía que estaba de parranda. Y, como suele ocurrir en esos casos, le cuesta hilvanar un relato al día siguiente. Mientras tanto, la única política que se le conoce al partido socialista es la que consiste en fabricar estados de ánimo. El aliento fugaz de las ilusiones. 

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