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Cristina Losada

Cómo echar una mano

Rubalcaba reclama a Rajoy que "se faje y pelee" con los hombres de Frankfurt, como si esto fuera cuestión de echarle testosterona. Ya dirá qué presión emplearía para doblegar al guardián del euro, aunque mejor no preguntemos.

Quién sabe si está sonando la séptima trompeta, pues el Apocalipsis se viene anunciando cada día, pero pocas dudas hay de que España, su capacidad de financiación, se encuentran en horas límite. Es lógico que en situaciones desesperadas se busque, a la desesperada, alguna salida. Sin embargo, las salidas que más abundan estos días son desesperantes. El Gobierno y la oposición coinciden en que la puerta de emergencia es una intervención del Banco Central Europeo, pero acerca de cómo se puede conseguir ese gesto magnánimo, ahí reina el disparate. En ese renglón tenemos, por ejemplo, el consejo de Rubalcaba, que reclama a Rajoy que "se faje y pelee" con los hombres de Frankfurt, como si esto fuera cuestión de echarle testosterona. Ya dirá don Alfredo qué presión o coacción emplearía para doblegar al guardián del euro, aunque mejor no preguntemos. Por no asustarnos.

Para sustos, González. Sus reapariciones son como las de los viejos rockeros. Ah, pero todavía sigue. Y no sólo continúa, sino que da lecciones. Cree que España podía haber regateado, como en el zoco, las condiciones del rescate bancario, y que la solución es que el PP tome la mano que le tiende Rubalcaba. Un gran acuerdo nacional y colorín colorado, todo arreglao. El contenido del acuerdo no lo detalla. Para qué: el gesto basta. Ante un abrazo tal, es notorio que los mercados se calman y si no, un Draghi eufórico se pondría a comprar deuda española. González se tiene a sí mismo en muy alta estima y piensa que él arrancaría de Uropa y del BCE todas las concesiones deseadas y alguna extra. Porque los demás, claro, son tontos. Los expresidentes pueden ser útiles a su país en trances críticos, pero lo hacen, donde hay lealtad, poniéndose a disposición del Gobierno. Cuando echan una mano, no es al cuello.

El regateo, la pelea, la amenaza –¿con qué?– y la crítica descarnada al BCE, en la que también se distingue algún ministro, no son procedimientos adecuados para lidiar con la eurozona y mucho menos con su autoridad bancaria. Más aún, dado su estatus de independencia, apremiarlo públicamente contribuye a reducir su margen de maniobra. Tal vez el concepto "institución independiente" resulte aquí abstruso, dados los usos y costumbres, pero hay ámbitos en los que se han de guardar las apariencias. Y ya puestos, téngase en cuenta que Draghi no es el dueño y señor del Banco. Cualquier decisión deberá disponer del plácet del socio clave, que es Alemania. La negociación, naturalmente discreta, ha de ser, por tanto, con Frau Merkel. Mejor, sin bravuconadas.

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