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Cristina Losada

¿Es sagrada la unidad de Cataluña?

No se puede declarar la divisibilidad de un Estado sin aceptar, al mismo tiempo, que también es divisible el futuro Estado desgajado.

No se puede declarar la divisibilidad de un Estado sin aceptar, al mismo tiempo, que también es divisible el futuro Estado desgajado.

De advertencia calificó alguna prensa esta reflexión del presidente Aznar en la entrega de un premio a Vargas Llosa:

España sólo podría romperse si Cataluña sufriera antes su propia ruptura como sociedad, como cultura y como tradición. Cataluña no podrá permanecer unida si no permanece española. Quien piense que sólo está en juego la unidad de España se equivoca. Antes de eso, está en juego la integridad de Cataluña.

Y tanto. Lejos de la advertencia, y lejos de la amenaza que hacían latir bajo esa advertencia, las palabras de Aznar se limitan a constatar. Constatan algo de lo que, naturalmente, no quieren oír hablar los secesionistas, aunque anida implícito en su propio planteamiento. Lo explicaba con claridad canadiense el politólogo quebequés Stéphane Dion, que en su etapa ministerial impulsó el dictamen del Tribunal Supremo sobre las pretensiones de Quebec: "El principio de que no se puede retener a nadie contra su voluntad tiene que aplicarse en todas las direcciones". Esto es, no se puede declarar la divisibilidad de un Estado sin aceptar, al mismo tiempo, que también es divisible el futuro Estado desgajado. Aquel dictamen del Supremo validó este razonamiento impecable. Si una parte del territorio de Quebec opta por seguir en Canadá, tiene derecho a ello. No se pueden usar dos varas de medir.

Aplicado a lo nuestro, significa que si España puede dividirse, Cataluña, también. Si la unidad de España no es sagrada, la de Cataluña tampoco. Si se hiciera realidad el proyecto de los nacionalistas, y los dioses les castigan con el cumplimiento de sus deseos, una parte de Cataluña que quisiera quedarse en España tendría todo el derecho a hacerlo. Por supuesto, los secesionistas prefieren afrentar a la coherencia antes de reconocer que la ruptura que preconizan incluye la posibilidad de romper con ellos. Pero está ahí, ineluctable. Un referéndum para separarse de España abre la puerta a un referéndum para separarse de Cataluña. Y la Generalitat habría de aceptar, mal que le pese, que Barcelona y su periferia, pongamos, decidieran permanecer en España. O mandar a la Guardia Urbana mientras pide una intervención de la OTAN.

En cualquier caso, la fractura catalana estará servida desde el instante en que el tejido constitucional se rasgue. Sólo los pánfilos que creen –y los listos que hacen creer– que Cataluña es monolítica y unánime pueden ignorar tales consecuencias. Los efectos desintegradores sin límite que ya presagió Popper cuando las monarquías imperiales europeas se deshicieron invocando la autodeterminación. Es un principio contradictorio, sostuvo, pues la liberación de pueblos y minorías crea más minorías. Y más conflictos.

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